ANDAR POR CASTILLA (XXVI):
MADRIGAL DE LAS ALTAS TORRES
(Ávila)
No puedo negar que desde mis años de
adolescente me empezó a interesar esta importante villa de la Moraña, señora
por su historia y por su contenido artístico, esencia de la más refinada castellanía.
Desde Cantalojas, era verano, el camino es fácil, un poco largo quizás: Riaza,
Segovia, Arévalo, y a media hora más de carretera uno puede permitirse el
capricho de adentrarse en lo que en otro tiempo fuera su importante cerco de
murallas por la puerta que dicen de Arévalo, la situada más al este de las
cuatro que todavía existen en Madrigal. Le tenía muy buena lay a esta villa
desde muy antiguo, repito, pues debió de ser por aquellos primeros cursos del
antiguo Bachillerato cuando tuve noticia de su existencia, como lugar en el que
un 22 de abril de 1451 vino al mundo la reina Isabel la Católica; aquella idea
se marcó para siempre en mi memoria y no menos su nombre, tan pomposo, tan
solemne, tan rotundo e irrebatible, cuando hasta entonces yo había creído que
no había en todo el mundo un nombre más bonito que el de mi pueblo.
Madrigal de las Altas Torres, casi
nada. Después he sabido que cuando la reina nació, sólo se llamaba Madrigal,
que lo de las Altas Torres le vino cuatro siglos más tarde, que en realidad lo
de “altas” fue un error, que lo que se trató, para distinguirla de cualquier
otra Madrigal de las que hay en España, fue apellidarla de las “Albas Torres”,
y con el error, que le cae muy bien, por cierto, ha llegado hasta nosotros, y
con él -qué más nos da- la conocemos y la admiramos. Don Camilo J. Cela, dice
de él “demasiado nombre para tan poco pueblo”, lo que no deja de ser una
opinión, que yo respeto y hasta cierto punto comparto. Los no más de mil quinientos habitantes que
puede tener hoy se deben sentir orgullos de ello, y nosotros también.
La comarca de la Moraña, de la que
Madrigal de las Altas Torres puede considerarse como su capitalidad, es famosa
entre los cazadores por sus inmejorables condiciones cinegéticas. De la
historia de la villa se sabe que tuvo por primera señora a doña María de
Molina, obsequio y título que le otorgó su propio hijo el rey Fernando IV, en
el año 1311. Por su situación en plena llanura, no debe extrañarnos que en
lejanos tiempos se protegiera de un potente cerco de murallas y gran cantidad
de torres, cerca de cien, de las que todavía quedan muchas de ellas, además de
cuatro puertas de entrada en distintas direcciones que se solían cerrar durante
la noche. El cerco de murallas está catalogado de bien cultural.
Como tantas villas y ciudades más de la
ancha Castilla, Madrigal se nos muestra salpicada de iglesias, de conventos y
de palacios, donde el ladrillo se empleó como principal elemento para su construcción.
Hoy, considerado su valor en la Historia, la encuentro como un poco dejada de
la mano de Dios, y sobre todo de la mano de los hombres.
La Plaza Mayor es, como corresponde a
la categoría de la villa en su pasado, espectacular sobre todo en amplitud. En
mitad de la plaza se alza, un poco solitaria creo yo, la estatua en bronce
sobre elevado pedestal de Isabel la Católica, y por aquí y por allá los típicos
bancos donde se sientan al sol o a la sombra, depende, los más viejos del lugar
deseosos de conversación.
- ¡Que plaza más bonita! –le digo a un
anciano medio adormilado sobre un banco a la sombra en un lateral de la plaza.
- Sí señor –me responde. La mejor de
todos estos pueblos. A la de la estatua sí que la conocerá usted.
- Todavía no me he acercado a verla;
pero me imagino que se trata de la reina Isabel la Católica –le contesto.
- Hombre, claro. Era una mujer muy
guapa. Hace poco salió en la televisión no sé cuantas veces.
- Además fue una buena reina, y una
gran persona según se dice en los libros.
- Ya lo creo que lo fue. Entre ella y
su marido, el rey Fernando, que era aragonés, pusieron en orden las cosas en
España. Podían darse una vuelta por aquí ahora, que buena falta nos hace ¿No le
parece a usted?
- Desde luego que sí. ¿Cómo se vive en
Madrigal?
- Pues ya lo ve, vamos tirando. Hace
veinte años el pueblo tenía doble de habitantes de los que somos ahora. Los
jóvenes se marchan a buscarse la vida en otros sitios, y los viejos se van
muriendo. Lo natural.
- ¿Vienen muchos turistas?
-Nunca faltan; pero el pueblo no vive
de los turistas. Cuando vienen, se dan una vuelta por el pueblo, entran en las
iglesias si están abiertas, sacan cientos de fotografías y enseguida se van.
Las iglesias de Madrigal, al menos las
que yo visite, son dos: la de San Nicolás de Bari y la de Santa María del Castillo.
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