Castilla es ancha y diversa. Desde las montañas de Santander
hasta Despeñaperros; desde los confines de la Manchuela en el bajo valle del
Júcar hasta la Sierra de Gredos ya en los rayanos con la Extremadura, ancha es
Castilla. La Castilla total, la que tantas veces y en tantas ocasiones dejó
como marcado a fuego su nombre en las más célebres páginas de la Historia de
España, es la que, con trabajo y paciencia, deseamos traer en pequeñas
porciones a nuestros lectores con una periodicidad mensual probablemente. ¿Un
homenaje a la tierra madre en toda su integridad...? Tal vez sí. ¿Un intento de
recordar, o de dar a conocer lo que desde hace más de diez siglos fue el corazón
de España...? Seguramente. ¿Un pretexto para viajar sin agobios por los lugares
más entrañables de la vieja piel de toro...? De todo un poco.
Andar por Castilla es algo muy serio. A Castilla -me dijo en
cierta ocasión un conocido que no era de aquí- se la ama con pasión o se la
aborrece. La oferta es amplia e interesante; cualquier sitio es bueno para
quedarse allí, para hurgar en sus piedras, en las costumbres ya envueltas en
ceniza de sus gentes, para hacer memoria sobre el propio escenario de un hecho
importante que ya pasó, o para detenerse a mirar con los ojos de la cara y con
los de la imaginación un paisaje en cuyos llanos se dio una batalla famosa, o
el solitario pueblecito donde vino al mundo o acabó sus días un hombre famoso.
Castilla está llena de motivos para celebrar.
Iniciamos el recorrido hoy mismo. Lo hacemos con el orden y
el respeto que esta tierra merece. Vamos a comenzar la andadura junto al
sepulcro del conde Fernán González, el hombre que más hizo por la independencia
de Castilla hace mil años cuando aún dependía de los reyes de León. Sus restos
mortales descansan en el presbiterio de la colegiata de Covarrubias, allá por
las vegas burgalesas del río Arlanza, donde se escribieron las páginas más
antiguas de la historia de Castilla con cierta independencia, antes de que
éstas se constituyesen en reino tras la victoria de los llanos de Tamarón,
donde Fernando I derrotó a Vermudo III de León, con lo cual Castilla se inserta
bajo corona en la vida política de la España Medieval a mediados del siglo XI.
Pero antes, casi cien años antes, fue el conde Fernán González quien había dado
el empujón definitivo a la autonomía castellana, lo que vino a proporcionarle
por los siglos de los siglos carácter y personalidad propios, quedando de aquella
manera ante la Historia como fundador o padre de esta inmensa región tan
cargada de glorias pasadas, y ahora, ¡vaya por Dios!, de añoranzas y de
abandonos a la sombra de tantas piedras, de tantos monumentos, de tantos
sarcófagos nobilísimos, como es ejemplo señero el que en este momento, en la
penumbra del presbiterio de San Cosme y San Damián de Covarrubias, tengo
delante de los ojos: «AQUI YACEN LOS RESTOS MORTALES DE FERNAN GONZALEZ
SOBERANO DE CASTILLA TRASLADADOS EN ESTE SU SEPULCRO DESDE EL EX MONASTERIO DE
S.PEDRO DE ARLANZA A ESTA YNSIGNE REAL YGLESIA COLEGIAL EN 14 DE FEBRERO DE
1841». Junto a él, en un sepulcro hispanorromano del siglo IV, mucho más
afiligranado y lujoso que el suyo, está el de su mujer, doña Sancha, traídos
ambos del monasterio de San Pedro Arlanza donde se encontraban desde el día de
su enterramiento, a consecuencia del despojo que llevó consigo la
Desamortización. Las distintas capillas de la iglesia se encuentran repletas de
sepulcros de infantas y de abadesas, bajo sus bellas estatuas yacentes de
alabastro.
En la plaza de doña Urraca aparece, macizo y acastillado el
torreón que dicen de Fernán González, obra de a finales del siglo X y rodeado
de matacanes en la parte alta. Una leyenda cuenta que en su interior fue
emparedada y muerta una condesa llamada doña Urraca, tal vez hermana del conde
García Fernández y viuda de Ordoño III. Resulta francamente evocadora esta
plaza de la Covarrubias histórica y monumental, la agracia el crucero de piedra
antigua que se alza en mitad y el portón en ojiva que más tarde le añadieron en
la muralla.
El Arco del Archivo del Adelantamiento de Castilla queda
como fondo a una calle céntrica y muy transitada, al otro lado de la plaza de
doña Sancha. El Arco del Archivo es obra renacentista, magnífica en prestancia
y en ornamentación, levantado por orden de Felipe II en 1575, bajo proyecto de
Juan de Herrera y ejecución del maestro Juan de Vallejo.
Como casi todas las ciudades históricas, Covarrubias muestra
al visitante infinidad de tiendecitas en sus calles, pequeños zocos donde se
venden piezas de artesanía como recuerdo pensando en el turismo. En verano es
un chorreo constante de forasteros el que pasa por allí. Los preparativos
hosteleros son los adecuados, y la oferta a los ojos del visitante cumplida y
original. Sus calles -siglos después de aquellas pasadas glorias- siguen siendo
un ejemplo de la arquitectura popular castellana del XVI, que ha llegado hasta
nosotros cuidada y uniforme. Viviendas blasonadas muchas de ellas, de paredes
blancas con entramado, donde cuenta la vieja estructura de palitroques y adobe
revestido con aleros oscuros y saledizos.
Hay al salir un puente de piedra sobre el río Arlanza, que
sirve de viaducto para tomar la carretera que al cabo de unos minutos de
automóvil, con un pequeño puerto de cuestas y curvas de por medio entre ruda
vegetación boscosa, pone al viajero en las inmediaciones de Silos, el
monasterio del famoso ciprés y del canto gregoriano en pura esencia, que algún
día deberemos visitar detenidamente, al menos por lo que en lejanos tiempos
tuvo que ver con los inicios de la lengua castellana, y como contrapunto a éste
otro de San Pedro de Arlanza, a diez o doce kilómetros de distancia desde
Covarrubias, alzadas hoy sus ruinas sobre un bello paraje a la vera del río
donde el conde Fernán González pidió ser enterrado; homenaje a una de las leyes
más descabelladas y crueles que a veces imponen los poderosos para su cumplimiento,
y que supuso el expolio de gran parte de nuestro patrimonio artístico y cultural
que se perdió para siempre, de lo que Castilla está sembrada de muestras
venerables. A pesar de todo, antiguo e imponente, todavía se deja sentir por
estos lugares el latido rítmico y lejano del corazón de España.