"He llegado a Criptana hace dos
horas; a lo lejos, desde la ventanilla del tren, yo miraba la ciudad blanca,
enorme, asentada en una ladera, alumbrada por los resplandores rojos, sangrientos,
del crepúsculo. Los molinos, en lo alto de la colina, movían lentamente sus
aspas; la llanura bermeja, monótona, rasa, se extendía abajo". (Azorín."La ruta de Don Quijote")
Criptana es por excelencia la ciudad
manchega de los molinos de viento. Los molinos de viento son, sobre todo lo
demás, la enseña y distintivo de Criptana. No he podido saber cuál es en este
instante el número exacto de molinos que hay en Criptana. He contado hasta
doce, pero es probable que haya alguno más. El número de los molinos de viento
que hay sobre la serrezuela de Criptana es algo que ha variado con el tiempo.
En El Quijote se habla de "treinta o pocos más, desaforados gigantes, con
quien hacer batalla"; hacia el año 1750, el Marqués de la Ensenada puso en
catálogo treinta y cuatro molinos; cien años después, don Pascual Madoz
contabilizó veintisiete; y otros cien años más tarde, es decir, hacia 1950,
eran sólo tres los que quedaban, con estos nombres: Infante, Sardinero y
Burleta. Ahora son doce o más los que alzan sus aspas en el Cerro de la
Paz de Campo de Criptana, que los turistas prefieren como primer atractivo. Sardinero,
Culebro, Lagarto, Pilón, Burleta, Infante, Poyatos, Quimera, Cariari, Inca
Garcilaso, son los nombres de algunos de ellos, casi todos cumpliendo
alguna misión específica pensando en el turismo, aparte de la meramente
decorativa de la cual se beneficia el pueblo. El molino Culebro, por ejemplo,
está dedicado a Museo de Sara Montiel, el Pilón es Museo del Vino; el Poyatos
funciona como oficina de turismo, y el Inca Garcilaso sirve como Museo de
Artesanía.
Las callejuelas que quedan al pie
del altiplano en donde se airean los referidos monumentos a merced de las
corrientes del aire, llevan casi todas ellas nombres de personajes sacados de la
inmortal obra de Cervantes. Campo de Criptana, tal y como lo hemos podido ver
al andar por sus calles, es un recuerdo continuo al autor del Quijote, que
tiene por culmen la magnífica estatua en bronce que en su memoria colocaron en
un lateral de la Plaza Mayor.
El pueblo se extiende hasta el llano
ocupando casi todo él la suave ladera que baja desde los molinos hasta las vías
del ferrocarril. El nombre de Campo de Criptana, del que siempre dude si era
tal o era Criptana solamente, pareció ser el más acorde con el que referirse a
un tiempo a los tres primitivos núcleos de población que lo integraron, a
saber, Criptana, El Campo y Villajos.
Alguien me explicó en Criptana que
durante largos años de la Baja Edad Media, sus tierras fueron campo de batalla entre
cristianos y moros después de la conquista de Cuenca, circunstancia que se
agravó con la derrota de Alarcos, y así hasta la batalla de las Navas de Tolosa
-todo bajo el reinado de Alfonso VIII de Castilla-, que trajo, entre otras
consecuencias, el fin del dominio musulmán por todas aquellas tierras.
Pero Campo de Criptana es además uno
de los pueblos más importantes de aquella provincia de Ciudad Real de pueblos
grandes, y tanto o más sonoro que muchos de ellos, no sólo por su presencia en
la literatura española de éste y de pasados siglos, sino más bien por lo que
representa en el conjunto general de las tierras de la Mancha, y porque ha dado
al mundo de la fama nombres tan reconocidos como el del músico Luis Cobos o la
actriz Sara Montiel, quienes, además, y en un gesto que les honra, hacen honor
a su patria chica siempre que llega la oportunidad de hacerlo.
Se ha dicho -y va de anécdota- que
es tanto entre las gentes de Criptana su apego a la literatura, que mantienen
como dogma de fe la creencia de que don Alonso Quijano existió como personaje
de carne y hueso, y que era natural y vecino de aquellos pagos; que fue en su
tiempo uno más de los caballeros de la Hermandad de los Treinta Hidalgos que
hubo en el pueblo hasta bien entrado el siglo XVIII. Son, nadie lo duda,
reflejos de la importancia universal de la obra cervantina, que revolucionó las
tierras de la Mancha y cuyo influjo no ha cesado, ni cesará probablemente en
mucho tiempo, como prueba el que todos los pueblos, villas y aldeas de la
comarca, se crean en el derecho de haber sido escenario de algún pasaje de El
Quijote, sin otro argumento a veces que la buena intención, cuando no el deseo
de favorecerse tomando parte de la llamada Ruta de Don Quijote, en la que todos
quieren estar, siendo muy pocos, en cambio, los nombres que en el libro
aparecen escritos por mano de Cervantes. Al autor, incluso, se ha intentado
repetidas veces regalarle alguna ciudad manchega como cuna, más por celo hacia
la persona que universalizó sus tierras, que por el ruin deseo de apropiarse de
lo que no le corresponde; lo que parece humanamente comprensible.
En la Plaza Mayor, haciendo ángulo
con el renovado edificio del ayuntamiento, y junto al vistoso parque donde los
más viejos del lugar pasan las horas muertas hablando de la cosecha de vid, se
levanta la torre de la iglesia de la Asunción; dicen que la más alta de toda la
provincia hasta que en el año treinta y seis fueron demolidas ambas, torre e
iglesia, y con ellas su magnífico retablo mayor de Berruguete. Ha sido sustituida
por otra con chapitel de pizarra, no menos galana, pero que se deja notar la
falta de aquella primitiva, de cuyas formas góticas todavía guardan memoria los
ancianos y las viejitas manchegas que en las calles de Criptana se sientan a la
sombra de sus casas cada tarde viendo al mundo correr.
Campo de Criptana es un pueblo
blanco, como ya lo era en tiempos de Azorín y como lo fue siempre. El color
blanco refleja los rayos del sol y evita que el calor penetre a través de los
muros. Campo de Criptana es tal vez el más blanco y decoroso de todos los pueblos
de la Mancha. De cuando en cuando un fuerte azul prusia destaca aobre al blanco
hiriente de las paredes distinguiendo una puerta, un rodapie, la franja
estirada de un friso. Y no lejos, blanco también como el sueño de los ángeles,
el santuario patronal de la Virgen de Criptana, ocupando otro altozano de
generosa explanada, continuación quizá de la Sierra de los Molinos, desde
donde se domina, hasta que la vista se pierde, la inmensa llanura manchega que
limita, muy en la lejanía, la línea del horizonte sobre el mar de los campos.