Desde la barbacana de la Plaza Palacio, junto a la torre
del Reloj, el pueblo de Chinchón rezuma historia a todo lo largo y a todo lo
ancho. Había leído acerca de este pueblo situado en la Alcarria de Madrid;
conocía las fotografías habidas y por haber de los monumentos y de los rincones
más representativos que esconde por sus calles y por sus orillas; guardaba en
la memoria la imagen de tantas escenas y planos tomados en su personalísima
Plaza Mayor; pero nunca pude imaginar la realidad de Chinchón de no haberlo
visto.
No puede considerarse a la Muy Noble y Muy Leal Villa de
los Condes bajo uno o dos de sus aspectos solamente, que es lo que la mayor
parte del público anda buscando por allí, según he podido constatar en mi
reciente viaje. El pueblo de Chinchón tiene algo más que una plaza
espectacular; algo más que una estupenda gastronomía; algo más que el recuerdo
perenne de grandes personajes del pasado que lo prefirieron como lugar de encuentro
o de estancia; algo más que una magistral pintura de don Francisco de Goya;
algo más que el rico -así lo aseguran los entendidos- anís que sale de sus
destilerías; algo más, en fin, que un nombre sonoro, rayano al mito, que tan a
menudo quienes no lo conocen le suelen aplicar.
Es preciso ir a Chinchón, patear sus cuestudas calles,
observar con los ojos de la cara y con los del espíritu, escuchar en el
silencio sepulcral de la historia lo que el pueblo es y cómo desea mostrarse
ante nosotros. Por la singularidad indecible de la antigua villa, anduvieron
con el corazón arrastras infinidad de hombres famosos, y por ella misma se
engolfan en un mar de impresiones que intentan buscar acomodo en las celdillas
de la memoria tantos personajes, conocidos o no, como a lo largo del año pasan
por allí.
Conviene conocer medianamente cuando se llega a Chinchón
lo que hay debajo de las mortecinas piedras de sus calles para entrar en él;
echarse luego a imaginar desde la barbacana de la Plaza Palacio -pongamos por
caso- junto a la torre del Reloj, miles de peripecias y situaciones de las que
fue escenario, acontecimientos y paradojas, como paradoja es mirar a un lado y
a otro y encontrarse, casi juntas las dos, con una torre sin iglesia y con una
iglesia sin torre. Es verdad, y, como todo allí, tiene su porqué enredado en la
trama novelesca de su pasado.
La villa ha sido maltratada en repetidas ocasiones por
los caprichos de la Historia, y mimada siempre o casi siempre también. A lo
lejos, poco en la distancia y mucho más en el tiempo, parecen como dejarse ver
por encima de los muros de piedra y los torreones esquineros de su castillo,
las llamas devoradoras con que los franceses vengaron la oposición del pueblo a
la pretendida conquista de Napoleón, cuando años antes había sido saqueado,
primero por los comuneros y después por las tropas del Archiduque Carlos en
plena Guerra de Sucesión; pues, conviene saber que en 1706, el 3 de agosto de
aquel año, el pueblo de Chinchón proclamó como rey de España a Felipe de Anjou
en su Plaza Mayor, cuando los altercados, sangrientos, gravísimos, por la
posesión de la Corona, tendrían que durar todavía cuatro años más, hasta
diciembre de 1710, tiempo en el que las batallas de Brihuega y Villaviciosa se
inclinaron definitivamente a favor del primero de los Borbones que habría de
sentarse en el trono español.
El antiguo convento de San Agustín, famoso centro de
formación humanística durante los siglos diecisiete y dieciocho, luego cárcel,
y juzgado después, es ahora parador de Turismo, situado muy cerca de la plaza,
en el centro del pueblo, con la Casa de la Cadena a cuatro pasos, caserón en el
que el futuro rey Felipe V recibiera atenciones sin cuento repetidas veces
durante las largas guerras que acabaron sentándole en el trono.
Y detrás de nuestro puesto vigía en la Plaza Palacio, en
terna de monumentos históricos con la torre del Reloj, y con la iglesia
parroquial en cuyo retablo mayor la gente puede admirar a diario el cuadro de
"La Asunción de la Virgen" pintado por Goya para aquella iglesia -de
la que su propio hermano, Camilo, fue sacerdote-, queda el teatro Lope de Vega,
construido en 1891 sobre lo que fuera el viejo Palacio de los Condes, casona
solar de sonoras hidalguías en donde el Fénix de los Ingenios escribió y firmó
alguna de sus obras, lo que le valió el nombre, con una capacidad, tras la
última remodelación, para cuatrocientas personas. Y algo más allá, con
dirección a la abierta vega y a los declives de olivar aún lejanos, otro
convento, el de las Clarisas, fundado en 1653. Pero habremos de bajar hasta la
Plaza Mayor, todo el tiempo a nuestros pies, separada por un zig-zag de
callejuelas pinas, de arquillos pintorescos y de placetuelas, en donde parecen
sentirse si uno está atento, los movimientos arrítmicos de sístole y diástole
del corazón de la villa.
En la Plaza Mayor de Chinchón se encuentra, no sólo la
mayor actividad, sino la vida del pueblo. Viene a ser -con su planta irregular
un tanto ovalada como base, pero anchísima en capacidad y no sé si ligeramente
inclinada-, algo así como la inmensa cazuela de un teatro antiguo, rodeada por
galerías de dos y tres pisos, homogéneas, con columnatas y barandales de madera
pintados de un oscuro tono verde, donde se han instalado, desde hace varios
años a hoy, media docena o más de restaurantes, de bares, de tiendas de
regalos, en las que destaca el lujo y el señorío propios de una villa cuyos
pobladores se han planteado en buena parte vivir de las prometedores
posibilidades que en la vida moderna aporta el turismo.
En el viejo coso tiene lugar cada año cuando menos un
festival taurino, allá por el mes de octubre cuando se cierra la temporada; y
en algunas de las paredes del entorno pueden verse referencias, sobre placas o
azulejos, a ciertas celebridades del mundo de la torería, como al mítico
Frascuelo, quien justamente allí, en la antigua posada del Tío Tamayo,
convaleció de una grave cogida que sufrió en julio de 1863 en aquella misma
plaza; o el recuerdo a Marcial Lalanda, más próximo a nosotros, sobre una placa
bien visible de mármol blanco en la que se puede leer: "Peña taurina El
Tentadero. Homenaje póstumo a D.Marcial Lalanda. Chinchón, 19.10.1991". En
la mente de los más maduros del lugar, de las buenas gentes que de ello fueron
testigos, queda vivo el recuerdo de aquellos graciosos capotazos y desplantes
de Cantinflas durante el rodaje de la película "La vuelta al mundo en
ochenta días", experiencia única en la vida del célebre actor mejicano
Mario Moreno, pues, fuera de lo previsto en el guión, la gente pudo ver cómo se
le cayeron los pantalones en pleno representación. Consta que la plaza se
estrenó como real coso taurino en el año 1502, con una corrida a la que asistió
el primer rey Felipe que tuvimos en España, el Hermoso, yerno a la sazón de los
Reyes Católicos y aficionado, como parece ser, al recio arte de la Tauromaquia.
Como recuerdo antes de abandonar el pueblo, una botella
de anís comprada en cualquiera de sus tres destilerías -antes fueron siete-,
una horca de ajos como segundo producto típico de la tierra, y fotografías,
muchas fotografías para las que en Chinchón jamás faltarán motivos.
(En las fotografías: La típica "Plaza Mayor", "La inconfundible Condesa de Chinchón", y un aspecto del "Parador-Restaurante".)
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