Tal vez sobrepasen la cifra de dos centenares los
santuarios marianos que existen en la provincia. Demasiados como para que sea
factible el hacer referencia a cada uno de ellos. Tampoco sería correcto sentar
como firme la idea de que en este corto trabajo se vayan a mencionar siquiera
los más importantes, pues son varios los factores que determinan el interés por
cada uno, nunca exentos de subjetividad: factores históricos, etnológicos,
religiosos, e incluso literarios, los que habría que manejar sin pasión alguna,
y ello resulta complicado de llevar a término en asunto tan delicado como el
que aquí nos ocupa.
En abierta primavera climatológica, y evocando del modo
más sutil los viejos recuerdos de nuestra niñez en el medio rural, donde a
tantos nos cupo la suerte de asomarnos a la luz por primera vez, como plantas
silvestres nacidas a su antojo, parémonos a pensar en estas radiantes tardes de
mayo en aquellas ermitas solitarias de nuestra tierra que, apartadas de donde
vive la gente, perviven tras el pasar de los siglos como lámparas encendidas en
honor y alabanza a la Madre de Dios. Luminarias de fe prendidas al paisaje
donde, a pesar de los pesares, todavía se reúnen en determinadas ocasiones
multitud de romeros y de excursionistas, y lo que es mejor, recias almas de
lugareños que en la soledad del campo se acercan al piadoso ventanuco de la solitaria
puerta, rezan una oración, y dejan prendido a la rejilla tras la que se ve la
imagen un puñado de flores amañadas de las que da la tierra. Almas pueblerinas
de buena sangre, en cuya poquedad se luce colmado hasta los bordes el vaso de
la suprema sabiduria.
No hace mucho tuve ocasión de pararme a descansar de un
viaje por aquella sierra en la ermita de Los Enebrales. La visión de las
montañas, con firlachos de nieve sobre las cubres, empapaban el ánimo del
viajero con impresiones de un mundo en el que el solo hecho de vivir ya ofrece
visos de aventura. Los campos de Tamajón que hay junto a la ermita, se
embravecen como homenaje a la Señora.
El capítulo más glorioso de la historia de Atienza se
escribió en la madrugada del domingo de Pentecostés del año 1162, a las puertas de una
ermita que, restaurada siglos más tarde, alza su nimio campanil en el fondo de
un vallejo que dicen de La Estrella. Esa es la advocación mariana a la que
rezan los atencinos. A sus puertas danzaron los arrieros de la villa, allá a
las del alba, para burlar las huestes del monarca leonés que pretendían
arrebatarles al rey niño Alfonso VIII, quien como uno de tantos viajaba con los
demás disfrazado de recuero y a lomos de acémila.
En Cendejas del Padrastro, donde el valle del Henares se
abre a las sierras del norte, tienen como meca, tanto para propios como para
comarcanos, el santuario de la Virgen de Valbuena. Durante la mañana y parte de
la tarde en el último domingo de mayo, las gentes de una veintena de pueblos
suelen acudir a la cañada de Valbuena con sus cruces parroquiales en romería.
La primitiva imagen de la Patrona de aquellos valles desapareció profanada
durante el verano de 1936. En la paz del santuario, los paisanos besan con
fervor cada primavera la cabecita menuda de la primera imagen, lo único que
quedó perdido entre las cenizas después del saqueo, y que conservan en una urna
o relicario de cristal a la veneración de los fieles.
Dicen que en el santuario de la Virgen de Montesinos,
término municipal de Cobeta en el Alto Tajo, se convirtió a la fe cristiana y
se hizo ermitaño un capitán moro llamado Montesinos, tras haber sido curada de
parálisis una pastorcilla que solía apacentar por aquellas dehesas. La
primitiva ermita del siglo XII desapareció doscientos años más tarde, siendo
reedificada en 1512 y acondicionada a principios del siglo XVIII. Tiene fama
de milagrosa la imagen de Nuestra Señora de Montesinos. La anual romería se
suele celebrar la víspera de la fiesta de la Ascensión. El paraje en el que se
levanta aquel importante foco de devociones, junto al arroyo Arandilla y bajo
los riscos, es uno de los más apacibles y espectaculares que tiene la
provincia.
En Molina de Aragón, Corduente y Ventosa, veneran con
especial fervor a la Virgen de la Hoz, y por añadidura en las demás tierras del
Señorío de las que es reina y señora. Su devoción se pierde de puro antigua en
la noche de los tiempos, y por tanto está basada en un hecho sobrenatural
(historia, leyenda, tradición) que por aquellos lugares la gente bien conoce.
Fue un pastor de Ventosa quien descubrió, por primera vez bajo aquellos riscos,
los fulgores de la Madre de Dios mientras buscaba en noche oscura una res que
se le había extraviado a orillas del río Gallo. Qué decir de la devoción de los
molineses a la Madre Común. Qué al espectáculo natural del Barranco, bajo cuyos
impresionantes farallones se esconde la ermita. Qué de las fiestas y romerías
que durante siglos se han venido celebrando a su sombra...
Los principales santuarios marianos que hay por la
Alcarria son cuatro: el del Madroñal, el del Saz, el del Peral y el de la
Esperanza. Hay varios más, qué duda cabe, pero debo reconocer que como
caminante de aquellas tierras son, al menos para mí, los más representativos.
En ellos se veneran las imágenes de la Virgen que son patronas de Auñón de
Alhóndiga, de Budia y de Durón. La Virgen de la Alcarria se venera en la
iglesia de Fuentes. Debiera ser, así se me ocurre, la patrona de toda la
comarca, pero no lo es. La primitiva imagen de Nuestra Señora del Madroñal, no
es la que hoy veneran -pequeñita y solemne- en el santuario que da vista a las
aguas del Entrepeñas, no; aquella la destruyeron cuando la Guerra Civil; dicen
que la talló el evangelista San Lucas. La de la Esperanza de Durón, se asoma
también al embalse desde el mirador de su nueva ermita, que sustituye a la que,
con gran dolor de todos, un día se tragaron las aguas del pantano.
En Alhóndiga, cerca de las riberas del Arlés, queda la
romántica ermita de la virgen del Saz. Dicen que se apareció por allí sobre uno
de los sauces que rinden su ramaje a la par de las fuentes. El pueblo celebra
su tradicional romería el lunes de Pentecostés, como voto de gratitud por haber
salido indemne de los desastres del cólera que asoló la comarca en 1833.
La villa de Budia dedica sus plegarias cada año a la
Virgen del Peral, cuyo santuario se halla a media legua del pueblo. Gozó la
ermita del Peral de una valiosa colección de obras de arte, entre las que había
que contar la propia imagen de su Patrona, desaparecida como tantas más en
1936. Las fiestas con romería hasta la ermita tienen lugar el segundo domingo
de septiembre.
Una vez agotado el espacio del que se dispone para este
grato menester, uno se da cuenta de que apenas si ha cubierto los primeros
pasos por los santuarios marianos de la provincia de Guadalajara. Fuera de nuestra
relación se quedó el de Santa María de la Salud de Barbatona; el de la Virgen
de los Olmos de Maranchón, el de la Virgen del Robusto en los campos de
Aguilar, el de la Bienvenida en El Recuenco, el de la Virgen de la Vega a los
pies de Valfermoso y a orillas del Tajuña...
Existen dos trabajos sobre esta misma temática que
recomiendo al lector. Se trata de los libros "Rutas marianas de Guadalajara",
de Epifanio Herranz, y "Advocaciones marianas alcarreñas" de Jesús
Simón. Resulta hermoso perderse -más ahora que el tiempo es propicio- por las
páginas de estos libros que, con el tiempo, habrá que considerar clásicos y en
cualquier caso imprescindibles dentro de la nutrida bibliografía de esta tierra.
(Las las fotografías pertenecen a los santuarios del Madroñal, Auñón; Los Enebrales, Tamajón; y de la Hoz, Ventosa-Molina)
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