martes, 31 de mayo de 2016

ANDAR POR CASTILLA: CAMPO DE CRIPTANA (VII) (Ciudad Real)

                                             

            "He llegado a Criptana hace dos horas; a lo lejos, desde la ventanilla del tren, yo miraba la ciudad blanca, enorme, asentada en una ladera, alumbrada por los resplandores rojos, sangrientos, del crepúsculo. Los molinos, en lo alto de la colina, movían lentamente sus aspas; la llanura bermeja, monótona, rasa, se extendía abajo".  (Azorín."La ruta de Don Quijote")

            Criptana es por excelencia la ciudad manchega de los molinos de viento. Los molinos de viento son, sobre todo lo demás, la enseña y distintivo de Criptana. No he podido saber cuál es en este instante el número exacto de molinos que hay en Criptana. He contado hasta doce, pero es probable que haya alguno más. El número de los molinos de viento que hay sobre la serrezuela de Criptana es algo que ha variado con el tiem­po. En El Quijote se habla de "treinta o pocos más, desafora­dos gigantes, con quien hacer batalla"; hacia el año 1750, el Marqués de la Ensenada puso en catálogo treinta y cuatro molinos; cien años después, don Pascual Madoz contabilizó veintisiete; y otros cien años más tarde, es decir, hacia 1950, eran sólo tres los que quedaban, con estos nombres: Infante, Sardinero y Burleta. Ahora son doce o más los que alzan sus aspas en el Cerro de la Paz de Campo de Criptana, que los turistas prefieren como primer atractivo. Sardine­ro, Culebro, Lagarto, Pilón, Burleta, Infante, Poyatos, Quime­ra, Cariari, Inca Garcilaso, son los nombres de algunos de ellos, casi todos cumpliendo alguna misión específica pensando en el turismo, aparte de la meramente decorativa de la cual se beneficia el pueblo. El molino Culebro, por ejemplo, está dedicado a Museo de Sara Montiel, el Pilón es Museo del Vino; el Poyatos funciona como oficina de turismo, y el Inca Garci­laso sirve como Museo de Artesanía.
            Las callejuelas que quedan al pie del altiplano en donde se airean los referidos monumentos a merced de las corrientes del aire, llevan casi todas ellas nombres de personajes saca­dos de la inmortal obra de Cervantes. Campo de Criptana, tal y como lo hemos podido ver al andar por sus calles, es un re­cuerdo continuo al autor del Quijote, que tiene por culmen la magnífica estatua en bronce que en su memoria colocaron en un lateral de la Plaza Mayor.
            El pueblo se extiende hasta el llano ocupando casi todo él la suave ladera que baja desde los molinos hasta las vías del ferrocarril. El nombre de Campo de Criptana, del que siempre dude si era tal o era Criptana solamente, pareció ser el más acorde con el que referirse a un tiempo a los tres primitivos núcleos de población que lo integraron, a saber, Criptana, El Campo y Villajos.
            Alguien me explicó en Criptana que durante largos años de la Baja Edad Media, sus tierras fueron campo de batalla entre cristia­nos y moros después de la con­quista de Cuenca, circuns­tancia que se agravó con la derrota de Alarcos, y así hasta la batalla de las Navas de Tolosa -todo bajo el reinado de Alfon­so VIII de Castilla-, que trajo, entre otras conse­cuen­cias, el fin del dominio musulmán por todas aquellas tierras.
            Pero Campo de Criptana es además uno de los pueblos más importantes de aquella provincia de Ciudad Real de pueblos grandes, y tanto o más sonoro que muchos de ellos, no sólo por su presencia en la literatura española de éste y de pasados siglos, sino más bien por lo que representa en el conjunto general de las tierras de la Mancha, y porque ha dado al mundo de la fama nombres tan reconocidos como el del músico Luis Cobos o la actriz Sara Montiel, quienes, además, y en un gesto que les honra, hacen honor a su patria chica siempre que llega la oportunidad de hacerlo.

            Se ha dicho -y va de anécdota- que es tanto entre las gentes de Criptana su apego a la literatura, que mantienen como dogma de fe la creencia de que don Alonso Quijano existió como personaje de carne y hueso, y que era natural y vecino de aquellos pagos; que fue en su tiempo uno más de los caballe­ros de la Hermandad de los Treinta Hidalgos que hubo en el pueblo hasta bien entrado el siglo XVIII. Son, nadie lo duda, reflejos de la importancia universal de la obra cervantina, que revolucionó las tierras de la Mancha y cuyo influjo no ha cesado, ni cesará probablemente en mucho tiempo, como prueba el que todos los pueblos, villas y aldeas de la comarca, se crean en el derecho de haber sido escenario de algún pasaje de El Quijote, sin otro argumento a veces que la buena inten­ción, cuando no el deseo de favorecerse tomando parte de la llamada Ruta de Don Quijote, en la que todos quieren estar, siendo muy pocos, en cambio, los nombres que en el libro aparecen escri­tos por mano de Cervantes. Al autor, incluso, se ha intentado repetidas veces regalarle alguna ciudad manchega como cuna, más por celo hacia la persona que universalizó sus tierras, que por el ruin deseo de apropiarse de lo que no le correspon­de; lo que parece humanamente comprensible.
            En la Plaza Mayor, haciendo ángulo con el renovado edifi­cio del ayuntamiento, y junto al vistoso parque donde los más viejos del lugar pasan las horas muertas hablando de la cose­cha de vid, se levanta la torre de la iglesia de la Asunción; dicen que la más alta de toda la provincia hasta que en el año treinta y seis fueron demolidas ambas, torre e iglesia, y con ellas su magnífico retablo mayor de Berruguete. Ha sido susti­tuida por otra con chapitel de pizarra, no menos galana, pero que se deja notar la falta de aquella primitiva, de cuyas formas góticas todavía guardan memoria los ancianos y las viejitas manchegas que en las calles de Criptana se sientan a la sombra de sus casas cada tarde viendo al mundo correr.


            Campo de Criptana es un pueblo blanco, como ya lo era en tiempos de Azorín y como lo fue siempre. El color blanco refleja los rayos del sol y evita que el calor penetre a través de los muros. Campo de Criptana es tal vez el más blanco y decoroso de todos los pue­blos de la Mancha. De cuando en cuando un fuerte azul prusia destaca aobre al blanco hi­riente de las paredes distinguiendo una puerta, un roda­pie, la franja estirada de un friso. Y no lejos, blanco tam­bién como el sueño de los ánge­les, el santuario patronal de la Virgen de Criptana, ocupando otro altozano de generosa expla­nada, conti­nuación quizá de la Sierra de los Molinos, desde donde se domina, hasta que la vista se pier­de, la inmensa llanura manchega que limita, muy en la lejanía, la línea del horizonte sobre el mar de los campos.     

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