lunes, 23 de mayo de 2016

ANDAR POR CASTILLA. (VI) CHINCHÓN (Madrid)


            Desde la barbacana de la Plaza Palacio, junto a la torre del Reloj, el pueblo de Chinchón rezuma historia a todo lo largo y a todo lo ancho. Había leído acerca de este pueblo situado en la Alcarria de Madrid; conocía las fotografías habidas y por haber de los monumentos y de los rincones más representativos que esconde por sus calles y por sus orillas; guardaba en la memoria la imagen de tantas escenas y planos tomados en su personalísima Plaza Mayor; pero nunca pude imaginar la realidad de Chinchón de no haberlo visto.
            No puede considerarse a la Muy Noble y Muy Leal Villa de los Condes bajo uno o dos de sus aspectos solamente, que es lo que la mayor parte del público anda buscando por allí, según he podido constatar en mi reciente viaje. El pueblo de Chinchón tiene algo más que una plaza espectacular; algo más que una estupenda gastronomía; algo más que el recuerdo perenne de grandes personajes del pasado que lo prefirieron como lugar de encuentro o de estancia; algo más que una magistral pintura de don Francisco de Goya; algo más que el rico -así lo aseguran los entendidos- anís que sale de sus destilerías; algo más, en fin, que un nombre sonoro, rayano al mito, que tan a menudo quienes no lo conocen le suelen aplicar.
            Es preciso ir a Chinchón, patear sus cuestudas calles, observar con los ojos de la cara y con los del espíritu, escuchar en el silencio sepulcral de la historia lo que el pueblo es y cómo desea mostrarse ante nosotros. Por la singulari­dad indecible de la antigua villa, anduvieron con el corazón arrastras infinidad de hombres famosos, y por ella misma se engolfan en un mar de impresiones que intentan buscar acomodo en las celdillas de la memoria tantos personajes, conocidos o no, como a lo largo del año pasan por allí.
            Conviene conocer medianamente cuando se llega a Chinchón lo que hay debajo de las mortecinas piedras de sus calles para entrar en él; echarse luego a imaginar desde la barbacana de la Plaza Palacio -pongamos por caso- junto a la torre del Reloj, miles de peripecias y situaciones de las que fue escenario, acontecimientos y paradojas, como paradoja es mirar a un lado y a otro y encontrarse, casi juntas las dos, con una torre sin iglesia y con una iglesia sin torre. Es verdad, y, como todo allí, tiene su porqué enredado en la trama novelesca de su pasado.

            La villa ha sido maltratada en repetidas ocasiones por los caprichos de la Historia, y mimada siempre o casi siempre también. A lo lejos, poco en la distancia y mucho más en el tiempo, parecen como dejarse ver por encima de los muros de piedra y los torreones esquineros de su castillo, las llamas devoradoras con que los franceses vengaron la oposición del pueblo a la pretendida conquista de Napoleón, cuando años antes había sido saqueado, primero por los comuneros y después por las tropas del Archiduque Carlos en plena Guerra de Sucesión; pues, conviene saber que en 1706, el 3 de agosto de aquel año, el pueblo de Chinchón proclamó como rey de España a Felipe de Anjou en su Plaza Mayor, cuando los altercados, sangrientos, gravísi­mos, por la posesión de la Corona, tendrían que durar todavía cuatro años más, hasta diciembre de 1710, tiempo en el que las batallas de Brihuega y Villaviciosa se inclinaron definitiva­mente a favor del primero de los Borbones que habría de sentarse en el trono español.
            El antiguo convento de San Agustín, famoso centro de formación humanística durante los siglos diecisiete y dieciocho, luego cárcel, y juzgado después, es ahora parador de Turismo, situado muy cerca de la plaza, en el centro del pueblo, con la Casa de la Cadena a cuatro pasos, caserón en el que el futuro rey Felipe V recibiera atenciones sin cuento repetidas veces durante las largas guerras que acabaron sentándole en el trono.
            Y detrás de nuestro puesto vigía en la Plaza Palacio, en terna de monumentos históricos con la torre del Reloj, y con la iglesia parroquial en cuyo retablo mayor la gente puede admirar a diario el cuadro de "La Asunción de la Virgen" pintado por Goya para aquella iglesia -de la que su propio hermano, Camilo, fue sacerdote-, queda el teatro Lope de Vega, construido en 1891 sobre lo que fuera el viejo Palacio de los Condes, casona solar de sonoras hidalguías en donde el Fénix de los Ingenios escribió y firmó alguna de sus obras, lo que le valió el nombre, con una capacidad, tras la última remodelación, para cuatrocien­tas personas. Y algo más allá, con dirección a la abierta vega y a los declives de olivar aún lejanos, otro convento, el de las Clarisas, fundado en 1653. Pero habremos de bajar hasta la Plaza Mayor, todo el tiempo a nuestros pies, separada por un zig-zag de callejuelas pinas, de arquillos pintorescos y de placetuelas, en donde parecen sentirse si uno está atento, los movimientos arrítmicos de sístole y diástole del corazón de la villa.

          
  En la Plaza Mayor de Chinchón se encuentra, no sólo la mayor actividad, sino la vida del pueblo. Viene a ser -con su planta irregular un tanto ovalada como base, pero anchísima en capacidad y no sé si ligeramente inclinada-, algo así como la inmensa cazuela de un teatro antiguo, rodeada por galerías de dos y tres pisos, homogéneas, con columnatas y barandales de madera pintados de un oscuro tono verde, donde se han instalado, desde hace varios años a hoy, media docena o más de restaurantes, de bares, de tiendas de regalos, en las que destaca el lujo y el señorío propios de una villa cuyos pobladores se han planteado en buena parte vivir de las prometedores posibilidades que en la vida moderna aporta el turismo.
            En el viejo coso tiene lugar cada año cuando menos un festival taurino, allá por el mes de octubre cuando se cierra la temporada; y en algunas de las paredes del entorno pueden verse referencias, sobre placas o azulejos, a ciertas celebridades del mundo de la torería, como al mítico Frascuelo, quien justamente allí, en la antigua posada del Tío Tamayo, convaleció de una grave cogida que sufrió en julio de 1863 en aquella misma plaza; o el recuerdo a Marcial Lalanda, más próximo a nosotros, sobre una placa bien visible de mármol blanco en la que se puede leer: "Peña taurina El Tentadero. Homenaje póstumo a D.Marcial Lalanda. Chinchón, 19.10.1991". En la mente de los más maduros del lugar, de las buenas gentes que de ello fueron testigos, queda vivo el recuerdo de aquellos graciosos capotazos y desplantes de Cantinflas durante el rodaje de la película "La vuelta al mundo en ochenta días", experiencia única en la vida del célebre actor mejicano Mario Moreno, pues, fuera de lo previsto en el guión, la gente pudo ver cómo se le cayeron los pantalones en pleno representación. Consta que la plaza se estrenó como real coso taurino en el año 1502, con una corrida a la que asistió el primer rey Felipe que tuvimos en España, el Hermoso, yerno a la sazón de los Reyes Católicos y aficionado, como parece ser, al recio arte de la Tauromaquia.

            Como recuerdo antes de abandonar el pueblo, una botella de anís comprada en cualquiera de sus tres destilerías -antes fueron siete-, una horca de ajos como segundo producto típico de la tierra, y fotografías, muchas fotografías para las que en Chinchón jamás faltarán motivos. 
(En las fotografías: La típica "Plaza Mayor", "La inconfundible Condesa de Chinchón", y un aspecto del "Parador-Restaurante".)  

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