Cuando se está a punto de entrar en
Cañete, siguiendo de cerca las aguas del río, el paisaje se torna de una
provocadora agresividad. Las peñas de arenisca van surgiendo a uno y otro lado
del hocino, montadas en formas caprichosas que los siglos y los vientos, en
efectiva labor conjunta con la de las aguas, se encargaron de modelar de forma
admirable. A este paisaje, en donde los pinos mimbrean sus copas sobre los
vértices de las rocas, le llaman los serrano la Boca de la Hoz. Muy pronto la
histórica, la singular villa de Cañete.
La villa de Cañete cuenta con el común
beneplácito de la comarca para ser considerada como la capitalidad de la Baja
Serranía de Cuenca, allá por los primeros angostos y vegas del Cabriel.
La visita al pueblo natal del
condestable de Castilla don Alvaro de Luna, produce en quien hasta él se acerca
por primera vez, cuando menos una impresión de curiosidad y extrañeza. Resulta
muy difícil imaginarse, sin antes haberla visto, una ciudadela medieval en
plena serranía, rodeada casi toda ella de enormes lienzos de muralla, con los
restos de una antiquísima fortaleza roquera guardándola de los vientos de
poniente y de los postreros soles del atardecer. Como saludo al visitante, se
dejan ver cuando se llega una serie de casas suspendidas de la roca, a manera
de anfiteatro en torno a una sombría depresión que los campesinos suelen
sembrar de hortalizas cada primavera. Atrás, con la cumbre a pico como peana
del cerro que lleva su nombre, un monumento al Sagrado Corazón mirando al
pueblo.
Dice la Historia que Cañete fue
anterior en el tiempo a las invasiones bárbaras, y que los visigodos la
consiguieron dominar en tiempos de Witerico, a principios del siglo séptimo. Es
posible que ya por entonces se diera comienzo a las obras de su castillo, que
habrían de acabar definitivamente dos siglos más tarde. En el otoño de 1177, el
rey Alfonso VIII, en acción guerrera casi simultánea a la reconquista de la
ciudad de Cuenca, la recuperó del poder de los moros y la incorporó a la corona
de Castilla.
En Cañete nació, todo parece indicar
que en el año 1390, hijo del Copero Mayor del rey Enrique III y de una humilde
mujer de la villa de no muy honesta condición a la que la Historia reconoce por
"La Cañeta", el gran maestre de la Orden de Santiago y condestable de
Castilla don Alvaro de Luna, cerebro, voluntad, y poder, en la corte de Juan
II; hombre capaz y ambicioso, enemigo de por vida de los Infantes de Aragón, a
quien el rey, al que había servido con lealtad y ensombrecido tantas veces,
mandó degollar en la Plaza Mayor de Valladolid a principios del verano de 1453.
Queda como recuerdo en su pueblo natal una casona antigua, con arco de dovelas
en el pórtico junto a la iglesia, a la que la gente tiene por costumbre
reconocer, sin demasiado rigor, el Palacio de don Alvaro de Luna.
Fue su primer marqués don Diego Hurtado
de Mendoza, título de nobleza que recibió para sí y para sus descendientes por
gracia de los Reyes Católicos.
Como es fácil suponer, una vez conocida
su antigüedad y algunas de las principales notas características de su pasado,
Cañete es pueblo de calles estrechas y evocadoras; de casonas antiguas acordes
con el modo de vivir durante los siglos de su mayor esplendor. Las galerías
serranas de elemental carpintería, los artísticos balcones de fina forja, se
adornan cuando el buen tiempo de flores y parrales, lo que presta un encanto
peculiar al pueblo viejo. Algunas de sus viviendas lucen todavía el tosco
maderamen del entramado, del adobe o del mortero de cal, lo que se torna en
rincones pintorescos cuando varias de ellas se reúnen en juego sin igual con el
ambiente agreste y grave del entorno.
El pueblo nuevo, el de los bares y las
hosterías, las tiendas de comestibles y ultramarinos, las panaderías y las
entidades bancarias, es la nota que advierte al visitante que Cañete no ha
perdido, pese a su antigüedad manifiesta, el tren en marcha de los tiempos
modernos. Su censo actual sobrepasa en poco el millar de almas.
En la porticada Plaza Mayor, de a
principios del siglo XV, la Villa del Condestable justifica su condición
capitalina sin que para ello le hayan de faltar motivos. Las columnatas de la
castilla popular de tiempo de los Austrias, sostienen por encima de sus añosos
fustes las maderas sobre las que descansan las viviendas que enmarcan, a modo
de mirador, toda la plaza. Sigue siendo, como lo fue en pasados siglos, el
centro vital y el corazón de Cañete. Una fuente posterior en hechura que el
resto de la plaza, vierte de continuo sobre el pilón, agraciando su imagen y
llenando el silencio de sus noches de rumores ininterrumpidos. Como nota
arquitectónica de mayor interés, además del conjunto general de la plaza,
habría que señalar la portada renacentista de la iglesia de San Julián, obra
por su aspecto de a principios del siglo XVII.
Si hubiera tiempo suficiente para verlo
todo -y al llegar a Cañete es un elemento preciso con el que se debe contar-,
conviene darse un paseo por las calles que se entrecruzan por la periferia de
la plaza, siguiendo, más o menos, la misma dirección que marcan las murallas.
Son murallas, con raíz musulmana, pero vueltas a levantar en el siglo XII y a
restaurar en el XIX cuando las Guerras Carlistas, en las que se pueden observar
fragmentos derruidos, otros en aceptable estado de conservación, y otros, en
fin, remozados en época reciente quizás sin demasiada fortuna. Parece ser que
fueron varias las puertas que sirvieron de entrada a los distintos barrios, de
las que todavía existen en impecable estampa la de San Bartolomé; la de las
Eras, con pluralidad de arcadas morunas, y la de la Virgen, románica del siglo
XII, junto a la ermita patronal de Nuestra Señora de la Zarza.
Consta que la ermita de Nuestra Señora
de la Zarza fue convertida en parroquia el año 1772. En ella se guarda y se
venera la imagen de la celestial patrona de Cañete: una talla antiquísima de
origen impreciso -aseguran que del siglo octavo-, con cofradía propia fundada
posiblemente en los años álgidos de la Baja Edad Media. Las fiestas en su honor
se celebran con gran pompa el 8 de septiembre de cada año. Es casi seguro,
aunque el autor no la menciona, que en esta vieja ermita de Nuestra Señora de
la Zarza tuvo lugar el hecho portentoso que relata Alfonso X el Sabio en una de
sus famosas "Cantigas", aquella en la que una imagen puesta sobre el
altar cambiaba de sitio de la noche a la mañana, tantas veces como el cura del
lugar intentaba dejarla en el sitio que él consideraba oportuno.
Cañete, vieja villa castellana de
renombre, con reflejo en otra importante ciudad de Sudamérica próxima a los
Andes, es toda un portento.
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