domingo, 7 de febrero de 2010

A RODRÍGUEZ DE LA FUENTE EN PELEGRINA

En un viaje reciente por tierras de Sigüenza pasé junto al monumento que levantaron en su memoria al lado de la carretera sobre el Barranco de Pelegrina. El simple hecho de pasar por allí, y el no tan simple de detenerme y echar un vistazo hasta el fondo del precipicio, me ha recordado, veinticuatro años después de su muerte, que éste podría ser un buen momento para traer a la memoria de nuestros lectores la personalidad y la obra del Dr. Rodríguez de la Fuente, de Félix, el amigo de los animales, como a él gustaba que le reconocieran, sobre todo los niños. Murió en un desgraciado accidente de avión por las heladas montañas de Alaska una mañana del mes de marzo de 1980, cuando trabajaba con sus fervientes colaboradores Teodoro Roa y Alberto Mariano tomando algunas secuencias sobre las carreras de trineos tirados por perros en los lejanos caminos de hielo del Polo Norte.
Félix Rodríguez de la Fuente tuvo como escenario para sus correrías naturalistas un rincón escogido de nuestra provincia, donde filmó infinidad de tomas para aquellas series de programas de televisión, interesantísimas y novedosas, que tituló La fauna ibérica y El hombre y la tierra, siendo la primera de ellas la que tuvo como “plató” preferente algunos parajes del campo seguntino, el Barranco de Pelegrina, que llora su ausencia y perpetúa su memoria con un sencillo monumento en piedra del lugar por encima del mirador desde donde se dominan en su totalidad las regueras del arroyo, las cárcavas que labró el agua en la pendiente, los cortes ondulados de las peñas que dan carácter al lugar, y el alto de los riscos que sirvieron a nuestro hombre para registrar con las cámaras imágenes irrepetibles, momentos maravillosos en el vivir diario de los animales salvajes a campo abierto dentro de nuestra propia geografía.
Los menores de treinta años no han tenido la dicha de conocer en su momento el trabajo extraordinario de aquel hombre singular, pionero de los documentales televisivos dedicados al medio natural, tan en boga por tantos imitadores después de su muerte. Tampoco el resto de sus compatriotas, entre lo que me cuento, hemos sabido corresponder a su memoria de una manera justa según mi criterio. Pienso que, llevados por la corriente de este mundo bufón en el que vivimos, hemos venido a perder entre otros valores el noble sentido de la gratitud, los deseos de pagar en justicia lo que otros han hecho en nuestro propio beneficio, deficiencia bastante común que tantas veces raya con la estrechez de espíritu. Dentro de unos meses se celebrará el XXV aniversario de su muerte. Espero que con ese motivo España celebrará su memoria con diversos actos, con volvernos a recordar su palabra y su imagen ya tan lejana. Vaya, pues, este mi trabajo de hoy como un adelanto.
Como desagravio decidí echarme al camino en la primera oportunidad, pensando sobre todo en esta generación tierna de compatriotas que no tuvieron la suerte de seguirle a través de la televisión por los rincones más comprometidos del Planeta, y, sobre todo, por los parajes insólitos de España en los que habilitó escenario y montó cátedra a campo abierto para hacernos saber que la aventura de la vida es algo mucho más sencillo, y a la vez más sublime, que el hormigueo ciudadano de las horas punta, que el griterío histérico de un concierto de rock, que las voces de entusiasmo o de repulsa en un campo de fútbol lleno a rebosar.
Ahí quedaron los muchos reportajes de Rodríguez de la Fuente para la posteridad, para una posteridad que prefiere echarlos al olvido de una manera irracional y estúpida, tal vez para no dejar al descubierto que en el vivir aparentemente elemental de los animales del campo existen unas leyes que se cumplen con exactitud, dentro de un orden admirable, unos valores fijos en su forma de actuar que a los hombres y a las mujeres de hoy pudieran sonrojarnos con su rotundo ejemplo.
Sobre los crestones violentos y las barranqueras angostas que oprimen en su fondo las aguas del río dulce, una pareja de buitres rayan el cielo de la mañana como rúbrica de lealtad al amigo muerto. Desde el mirador, unos turistas contemplan confundidos la bravura de la depresión. Desde el mirador, los padres cuentan a sus hijos pequeños historias vivas de animales que ocurrieron allí.
–Mira; desde lo alto de aquel pico se arrojó al barranco por los aires un águila real con un chivo colgado de las garras.
Y corrieron los lobos a la luz de la luna, y se escondieron los zorros listos después de retirarse con el hopo entre piernas por la pendiente arriba, y silbó el alcaraván, y punteó los aires el cuclillo de malas costumbres, y cantó el macho de la perdiz en celo...Y por los llanos trigueros de La Torresaviñán, se ejercitó el maestro en juegos de cetrería con el halcón encapuchado a la sombra del viejo torreón del castillo de la Luna.
«Existía un campamento base que en realidad se trataba de un campo de operaciones, de una suerte de gigantesco plató situado en las hoces del río Dulce, junto al pueblo de Pelegrina, en Guadalajara. El ambiente del campamento era francamente hermoso, un oasis en plena paramera. Tenía un río regular, arboledas y roquedos. Allí se instalaron un buen número de cercados para animales, incluido uno de grandes dimensiones para lobos. Era como un zoológico sumamente dinámico, en el que los animales hacían ejercicios todos los días, y en el que, incluso, se desarrollaron algunas investigaciones, como las referentes a la conducta del lobo y del alimoche.» Así lo cuenta Joaquín Araujo, naturalista, compañero de venturas y de aventuras del doctor Rodríguez de la Fuente en muchas de sus empresas más notorias.
Las buenas gentes de Pelegrina, el pueblecito enriscado que todavía conserva sobre pintoresca prominencia los restos de su viejo castillo, recuerdan con cariño al doctor amigo, al hombre que les hizo correr por trochas y páramos de su propio campo tras el lobo asesino, y que después compartirían con él horas felices de taberna y amistad, de jolgorio y de trabajo, sin necesidad de tener que apartarse para ello de su pequeño gran mundo.
–Lo recordamos mucho ¿Qué quiere que le diga? Ese señor es el que más supo de Pelegrina y de su término. Antes de que lo viéramos por aquí con aquellos aparatos que traían de la televisión, ya se conocía él todas las cuevas en las que nadie del pueblo se había atrevido a entrar alguna vez.
La tierra de Guadalajara se resiste a olvidar en sus campos laberínticos la presencia del amigo. Pocos han apuntado como él lo hizo los valores ecológicos de la humilde tierra en que vivimos. Creo recordar, por haberlo oído en su propia voz, que distinguió hasta trescientos trinos y cantos de pájaro diferentes sólo en la comarca natural de las Alcarrias, y eso, amigo lector, es penetrar con todo la fuerza de su sensibilidad de naturalista y de hombre de ciencia en un campo del saber que, quienes aquí vivimos, somos los primeros en no sospechar siquiera.

(En la fotografía: Monumento a Rodríguez de la Fuente, en el Mirador de Pelegrina)

1 comentario:

  1. Estimado José, en primer lugar felicitarle por su magnífico blog, y sus muy interesantes artículos.
    Yo no tuve la suerte de conocer a Doctor Rodríguez de la fuente, pero mi hermano que es cetrero en Molina de Aragón, me ha contado mucho sobre él, ya que ha conocido a colaboradores y trabajadores del protagonista del post.
    A mi juicio fue uno de los primeros naturistas, conservacionista y/o ecologistas, que llevaron la concienciación del conservacionismo y protección de la naturaleza a todos los españoles.

    Considero igual que tú, que debería hacérsele algún homenaje por la efeméride que remarcas.

    Gracias por toda la información que nos das en tus magníficos artículos, cuando vaya a Molina tengo sitios pendientes donde ir gracias a tu blog.

    Un saludo cordial desde Valencia.

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