Había pasado junto al pueblo en varias ocasiones, pero
nunca estuve dentro de él. Tuve de siempre a esta nobilísima ciudadela del
Valle de Jarama bajo su justa consideración, pero jamás había estado en sus
calles. He ido, al fin, a Torrelaguna de manera exclusiva y no de paso, como el
pueblo merece y en fechas todavía recientes. La distancia es corta desde
Guadalajara. En media hora se puede llegar por carretera buena. El viaje en
cualquier caso se verá recompensado, merece la pena.
Conocía algunos detalles históricos, y artísticos también
del pueblo natal de Cisneros, aunque no muchos, pero sí los suficientes como
para tener una base en la que apoyar lo que allí me aportase la experiencia, y,
ciertamente, me ha servido.
La tarde despedía un fortísimo olor a mies apenas había
cruzado El Casar, entre las dos provincias. Abajo el calor del asfalto y el de
las rastrojeras; arriba, nubarrones oscuros que a nadie extrañaría acabasen en
tormenta cerrada al caer el día. Los picachos afilados en diente de sierra que
se vislumbran adelante nos ponen en aviso de que estamos llegando a Torrelaguna.
La urbanización de Caraquiz, por su parte, nos recuerda que hemos entrado en
las tierras llanas de don Juan de Vargas que aró Isidro Labrador, el santo
Patrón de Madrid, vecino que fue de estos lares y cuya presencia tampoco debe
pasar desapercibida cuando se viene a Torrelaguna. Luego el puente sobre el
Jarama, el río con reminiscencias literarias que baja desde las sierras del
norte jugueteando entre las dos provincias. A mano izquierda dejamos la
carretera que sigue hasta Guadalix, para tomar la dirección en horquilla que
nos colocará en cuestión de minutos dentro del casco urbano. Como referencia,
la solitaria espadaña del antiguo convento Franciscano de la Madre de Dios, y
más a la derecha la torre y chapitel renacentistas de la parroquial de Santa
María Magdalena.
Torrelaguna es una ciudad antigua. Su fundación tal vez
haya que buscarla en la Hispania de los emperadores; durante la dominación árabe
estuvo amurallada; pero en los siglos XVI y XVII gozó de un esplendor que
todavía se adivina, tal vez bajo la influencia y protección del Cardenal
Cisneros, y que bien demuestran las múltiples casonas nobiliarias, los escudos
heráldicos a centenares, y los múltiples enterramientos importantes que se
conservan en la iglesia y que en seguida veremos. Se hundió más tarde, cuando
la guerra de la Independencia, y ahí queda, como brillante reliquia del pasado
para gozo de quienes quisieren dedicarle dos o tres horas de su tiempo, que es
lo que yo hice.
La primeras impresión que produce Torrelaguna cuando uno
entra en él, es la de encontrarse en el fondo de un valle feraz y próspero, de
un valle colmado de vida y de vegetación. Conseguí sitio de aparcamiento inmediatamente,
junto al primer cruce importante de calles, ya en la zona céntrica. Me acerqué
a un jardinillo donde se divisaba de cerca el busto en bronce de algún
personaje importante. El caserón contiguo es a manera de palacete al que en el
pueblo dicen "La Casa Grande"; tiene un letrero sobre la añosa
portada renacentista, en donde aún se puede leer: "Memento Homo";
ahora se emplea como casa-cuartel de la Guardia Civil: «A Cisneros, Cardenal y
Regente de las Españas, en su villa natal de Torrelaguna. La Diputación
Provincial de Madrid. 14-10-1960», dice bajo el busto que en su propio pueblo
han dedicado al que a ellos gusta llamar "El Gran Cardenal".
Pasaría después bajo el arco de San Bartolomé, y al
momento, sólo cruzando un callejón que no tiene nombre, estaría en la Plaza
Mayor. Me llevó, sin necesidad de ver el pináculo, el sonido de las campanas de
la torre que estaban tocando a muerto. En la Plaza Mayor se concentran los
monumentos más importantes que tiene la villa. En la Plaza Mayor está el Ayuntamiento
con una gran inscripción sobre el muro que recuerda al Cardenal Cisneros, y en
frente la Cruz de Piedra, instalada en 1802 sobre una grada, con cerca de
cuatro metros de altura, que señala el lugar exacto donde estuvo la casa en que
nació el ilustre Franciscano en 1436; y allí viene a caer el convento de
Franciscanas Descalzas y la soberbia fachada y torreón de la iglesia
parroquial de la Magdalena..
La iglesia de Torrelaguna fue reconstruida por Cisneros
sobre otra románica ya existente en el siglo XV. Se adorna, en cuantos espacios
medianamente tiene ocasión, con el escudo ajedrezado del Cardenal. Tiene en su
interior tres naves, y es muy interesante el juego de nervaduras que recorre la
bóveda de la nave central. El retablo mayor es una pieza de enorme mérito, con
dorados refulgentes que preside una imagen de la Magdalena, obra, según dicen,
de Luis Salvador Carmona, el glorioso imaginero del XVII que dio forma al
Cristo del Perdón de la iglesia de Atienza. Sorprende la cantidad de enterramientos
que cubren, creo que un su totalidad, el piso de la iglesia, y, desde luego, la
calidad artística y el misterio de algunos más que cunden por las capillas laterales, con
imágenes orantes de buena talla, que representan a personajes ilustres que allí
vivieron en la época de mayor efervescencia para la ciudad, es decir, la
primera mitad del siglo XVII, como la de San Felipe, donde quedan las
figuras en piedra de D.Felipe Bravo y de doña Petronila Pastrana, su mujer,
esculpidas en 1626.
Es mucho lo que hay que decir acerca de aquella maravilla
arquitectónica que ennoblece a Torrelaguna; pero es justo salir a la calle para
palpar el ambiente de la pequeña ciudadela en una tarde cualquiera de verano.
La calle de las tiendas parte desde la misma Plaza Mayor.
Es una calle peatonal, y en ella están la mayor parte de los establecimientos
de Torrelaguna, que no son pocos: es la calle del Cardenal Cisneros. Entré
primero a comprar unas postales en un estanco, y luego una especialidad de la
casa en la pastelería que hay poco más adelante en la misma acera. A la especie
de bollos que adquirí les llaman soplillos, seguro que por la cantidad de aire
que llevan dentro. Noto enseguida que, tanto el señor del estanco como la chica de la
pastelería, son personas amables.
- Hermoso pueblo tienen.
- No está mal. Es muy bonito. Aquí, la historia y los
monumentos pesan mucho.
- Cinco mil habitantes, más o menos.
- En verano es posible que sí. En invierno nos quedamos
en la mitad, escasamente.
- Viene gente de Guadalajara.
- No; y no será porque hay mala comunicación, que tanto
por Uceda como por El Casar se viene enseguida.
Se podría estar horas y horas recorriendo Torrelaguna; y
horas y horas también contando el sinfín de impresiones que allí se recogen,
pero que por falta de tiempo, y sobre todo de espacio, se deberán quedar sin
decir.
Otra calle principal, la Cava, lleva hasta el convento de
Carmelitas y hasta el arco de Burgos. El arco de Burgos guarda una cierta
semejanza con los de Sigüenza de la Travesaña, en el barrio del Castillo. Sobre
el potente dovelaje del arco de Burgos aparece, romántica y solitaria, una
imagen que desde su hornacina acrecienta el silencio según va entrando la
tarde.
Volví a casa. Lo hice por el mismo camino por el que
llegué. También se puede volver por Uceda. Tanto por una parte como por la
otra se atraviesan muy pronto las corrientes serranas del Jarama, cuando
todavía es y huele a río. La tormenta acabó por manifestarse en un discreto
festival de truenos y de luces en el firmamento. Luego la lluvia; un turbión
leve que apenas sirvió para refrescar el ambiente hostil de la tarde y para
cargar el aire de un olor a ozono característico.
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