domingo, 23 de enero de 2011

PASTRANA,SEÑORA DE LA ALCARRIA


Extendida en la falda sur del cerro del Calvario, y arrastrando los pies hasta las huertas ahora sin fruto del valle del Arlés, Pastrana se ha encendido de luz en el atardecer del primer fin de semana del año. Pastrana, vieja y señorial como Toledo, late al mismo ritmo que la Ciudad Imperial en las páginas de la Historia. Pastrana es una villa ante la que en justicia uno debería descubrirse; una pequeña ciudadela castellana en donde la gente procura comportarse con dignidad al ritmo que marcan los tiempos. Los tiempos nuevos, que nos son los mejores para pueblos como éste en los que el pasado se hace presente en cada amanecida. Pastrana se ha visto en el aprieto irrenunciable de luchar contra ella misma, contra condición de pueblo venerable, intentando ponerse a salvo de su añosa impedimenta sin perder lo que tiene, y lo va consiguiendo malamente, con demasiadas dificultades. Y es que Pastrana, amable lector, se está quedando sin gente.
Estoy llegando a Pastrana. El convento de Carmelitas se alcanza a ver allá en la lejanía, al final de la vega y de los huertos, estirado sobre la leve prominencia que en su día eligieron para enraizar la Orden los monjes de Santa Teresa. El pueblo está ahora por debajo de nosotros. Al otro lado del valle, los barrios nuevos. Pastrana se ofrece ante los ojos del recién llegado con toda la fuerza de las ciudades que fueron mucho y que no se resignan a dejarlo de ser. Los tejados de la Colegiata destacan en mitad del augusto caserío con solemnidad, con mística arrogancia. Al fondo y sobre lo más alto, se luce al sol de la tarde la imagen sagrada del Corazón de Cristo, mirando al pueblo desde su elevado pedestal de caliza.
Vamos a entrar en Pastrana por donde no es costumbre; rodeando vega adelante y subiendo después por el camino del Convento. El antiguo cenobio carmelita lo ocuparon después los Padres Franciscanos y allí tuvieron después su seminario menor. El notable monasterio se ha convertido en hospedería, y hoy apenas queda el recuerdo de todo aquello. Las tierras y algunos rincones muy precisos en torno al convento, son un fantástico relicario para la Orden Carmelita y un referente para muchos de la literatura mística castellana. Ahí están las primeras capillas y oratorios en los que rezó la Santa de Ávila; la zarza milagrosa que da moras, pero no espinas, muy relacionada según la tradición con la Madre Reformadora; las cuevas en donde se alojaron e hicieron penitencia los primeros frailes; y el paisaje, en fin, reposado y sereno, con vista a tres vegas diferentes, donde es de razón y esa es la creencia, que se inspirase San Juan de la Cruz para aquella serie de versos, medio humanos y medio divinos, que componen su famoso “Cantico Espiritual”
En el camino del Convento la fuente de San Avero. San Avero dicen que fue el primer obispo de Pastrana en tiempo de los visigodos. El camino del Convento nos sube a Pastrana por una calle pina y estrecha que llaman “la Castellana”, en la que todo parece indicar que estuvo la casa donde vivió Santa Teresa durante su estancia en la villa con motivo de la doble fundación de conventos, según se dice en sus escritos, y donde debió de capear el temporal y sufrir las impertinencias y excentricidades que el acarreó el trato con la Princesa de Éboli.

Desde la típica plazuela de los Cuatro Caños, donde está su famosa fuente y donde es de fe que residió durante algún tiempo la reina doña Berenguela de Castilla, madre de Fernando III el Santo, se puede bajar hacia el antiguo barrio de San Francisco por la calle del Heruelo, o subir hasta la plaza del Deán por la de la Palma, donde todavía existe el arco blasonado de la Casa de la Inquisición. Por uno u otro itinerario, nos van saliendo al paso las casonas de hace siglos, con sus aleros oscuros y envejecidos, sus ventanales evocadores y alguna que otra enseña cargada de años y de interés.
Carretera abajo desde la plaza del Deán, nos sale al paso otra más pequeña, pero antigua como aquella, (justifico tu sonrisa, amigo lector) rotulada sobre un típico azulejo como Plaza del Moco, y más abajo, sobre la misma acera, nos queda a mano izquierda la Casa de Moratín, que después adquirió mesonero Romanos, y más tarde se empleó como colegio de religiosas. La abuela paterna de Leandro Fernández de Moratín era natural de Pastrana, y en esta casa que fue de su propiedad, pasó el insigne autor largas temporadas, incluso debió de escribir durante sus descansos alcarreños algunas de sus obras más conocidas, “El sí de las niñas”, por ejemplo.

La Plaza de la Hora es de manera oficial la Plaza de Pastrana. Todos los aires que corren por la Plaza de la Hora son aires renacentistas. La preside el famoso palacio que levantaron con gusto y con premura los primeros duques, es decir, don Ruy gómez de Silva y su mujer, doña ana de Mendoza y de la Cerda, Príncipes de Éboli. La historia de esta singular mujer, la Princesa, es harto conocida. Ahí está sobre el esbelto torreón lateral la reja que, más de cuatro siglos después, sigue testimoniando los años de prisión a que se vio sometida, dentro de su propio palacio, por real mandamiento de Felipe II, esta distinguida dama de la estirpe de los Mendoza. Una hora al día cuenta la historia que tuvo para ver, a través de los gruesos barrotes de esta reja, la vega del Arlés, el cielo azul de la alcarria, y el ir y venir de caballero y menestrales por la plaza de Palacio, que desde entonces se dio en llamar “Plaza de la Hora” en memoria del encarcelamiento que duró hasta el día de su muerte.
Las piedras del Palacio de los Duques, ahora restaurado y dispuesto para otros menesteres, toman a eso de la media tarde un tinte particular a oro envejecido. Por la barbacana de la plaza, los ancianos del pueblo se acercan a ver -es costumbre- las huertas de la vega. Algunos chiquillos corren en bicicleta alrededor del crucero de jaspe que se levanta en mitad de la plaza. La calle Mayor, la historiada calle Mayor de Pastrana se ha cubierto de sombra. La calle se ensancha al final, dando lugar a una nueva plazuela en la que se encuentra el Ayuntamiento, con su escudo municipal esculpido sobre la pared, y la iglesia Colegial en la cara opuesta.

La colegiata de Pastrana merece una referencia especial, un espacio del que no disponemos y que trataré afrontar de manera sucinta.
Esta iglesia se levantó sobre otra gótica ya existente, aprovechada como coro de la nave central. Su construcción fue ordenada por el obispo y señor de Sigüenza don Pedro González de Mendoza, hijo de los Príncipes de Éboli, allá por la tercera década del siglo XVII.
A esta hora de la tarde el interior de la iglesia se envuelve en la penumbra. Las vírgenes y santos del Antiguo Testamento en el retablo mayor, obra de Matías Jimeno, apenas se distinguen. El interior de la iglesia se distribuye en tres naves, capilla mayor y crucero. El coro es inmenso; está provisto de valiosa sillería al servicio del que en otro tiempo llegara a ser uno de los cabildos más numerosos de España.
Es tanto lo que aquí hay, que se precisa de un espacio mucho mayor para contarlo sin excesivos detalles; ocasión que antes tuve y que así se recoge en un librito que hace tiempo escribí con destino al servicio de esta iglesia. No obstante sería injusto obviar siquiera unas palabras con referencia a lo más visitado de este templo, y que ahora no puedo volver a ver por enésima vez, por estar sus puertas cerradas. Me refiero al Museo Parroquial, y a la Cripta-panteón de los duques, antes en diferentes espacios dentro de la Colegiata.
En el Museo Parroquial se exponen algunos recuerdos personales de los primeros duques, de Santa Teresa, y un número importante de piezas de arte entre las que se cuenta con los famosos tapices de Alfonso V de Portugal e importantes piezas de orfebrería, pinturas, esculturas, y una interesante colección de objetos y ropas dedicados al culto.
La cripta-panteón de los duques es subterránea. Se encuentra bajo el ábside. Allí, en sólidos sarcófagos de piedra con sus correspondientes epitafios, se guardan los restos mortales de la Princesa de Ébolia, de su esposo Ruy Gómez de Silva, de su hijo y promotor de esta iglesia, el obispo don Pedro, y de algunos más de los sucesores que han ostentando el título de duques de Pastrana, sobre todo en los primeros tiempos. Al pie, y en una especie de fosa común obligada por las circunstancias, fueron enterrados también parte de los restos del panteón de los Mendoza de Guadalajara -entre los que se encuentran los del celebre Marqués de Santillana- profanado por los soldados franceses de Napoleón durante la Guerra de la Independencia, y que aquí encontraron el debido acomodo.
¿Es, o no es, Pastrana un lugar con méritos suficientes para programar una visita? La primavera, ya cercana, es el momento ideal para ir a verla.


(En la fotografía, Panteón de los Duques de Pastrana en la cripta de la Colegiata)

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