viernes, 15 de octubre de 2010

SACEDÓN EN LA ALCARRIA DE LOS PANTANOS



Hoy traemos a nuestra sección semanal un lugar de la provincia con nombre especialmente conocido. Una de esa media docena de villas de Guadalajara que suenan en todas partes. En el singular carácter de Sacedón ha tenido mucho que ver su cercanía al río Tajo, y la realidad de sus manantiales que el tiempo ha dado en convertir en leyenda, con la Casa Real como protagonista en algún momento de su pasado. Sacedón es un lugar de origen impreciso y con una bien marcada personalidad entre los pueblos y villas de la Alcarria. Hay mucho que ver y mucho que contar acerca de Sacedón, de lo que en el presente reportaje apenas se da breve noticia.

He llegado a Sacedón de buena mañana. Cualquier momento es bueno para entrar en Sacedón; pero las diez de la mañana es una hora óptima. El primer sol del otoño ilumina a toda luz los campos de la Alcarria, y las barcas de los últimos veraneantes se advierten en la cercana distancia flotando sobre el remanso del pantano.
En la cafetería Angui andan sirviendo chocolate con churros a los últimos clientes de la mañana. Siempre que viajo por estos llanos ribereños suelo pararme a tomar el chocolate con churros en la cafetería de Ángel, un establecimiento reconocido en Sacedón con un aspecto que en mucho recuerda a los viejos casinos castellanos de los que, pienso que por desgracia, quedan tan pocos.
Thermida parece que pudo ser su primer nombre que tuvo como lugar habitado por el hombre. El emperador Carlos I concedió a Sacedón en 1553 el título de villazgo. Por Sacedón de los Baños fue conocido después durante mucho tiempo, y muy bien por Sacedón de las Aguas podríamos conocerlo ahora también, en periodo de abundancia, cuando el embalse viene a estar lleno prácticamente hasta la mitad de lo que es capaz.
Son muchas y muy diversas las características que distinguen a éste del resto de los pueblos de la provincia de Guadalajara, incluidos los de la propia Alcarria. El agua, qué duda cabe, ha sido una de ellas a lo largo de toda su historia, quizás la más sobresaliente; pero además hay que añadir a esta villa su condición de cabecera de la comarca, su papel en determinados momentos de la historia, sus tradiciones y sus leyendas; datos que nunca deben faltar en el perfil de cualquier villa o ciudad castellana que se precie.
Sacedón hace largo rato que acabó de despertar. Se han abierto las tiendas, y los despachos y oficinas de carácter oficial han empezado a prestar sus primeros servicios a la gente de la comarca. Se nota cómo poco a poco y dadas las fechas en las que nos encontramos, el pueblo se ha ido despidiendo del ajetreo propio del verano y entrando, digamos, en la vida normal. Ese carácter tan peculiar de villa porteña, que durante dos o tres meses cada año -siempre que las aguas del pantano lo hacen posible- destila el vivir diario de Sacedón, se va desvaneciendo a medida que el verano desaparece, devolviéndolo de nuevo a su verdadero ser, sin que por ello pierda ni una sola prerrogativa de las que hablábamos antes.

Antes de entrar en la plaza, e iniciar de hecho un paseo matinal por las calles de Sacedón, que es al fin para lo que he venido, me detengo un instante frente a la mítica estatua de la Mariblanca, perpetuo memorial de la Isabela, que los sacedoneros de tiempo atrás hicieron muy bien, antes de que fuera tarde, en salvar de la voracidad de las aguas y dejarla como enseña en uno de los lugares más céntricos de la villa. La Mariblanca es una escultura de mármol blanco, visiblemente maltratada por el paso del tiempo, que cuenta como principal mérito el del lugar de su procedencia. Se sabe que fue a manera de capricho personal del rey Fernando VII, que quiso presidiera desde su pedestal la fuente más importante del Real Sitio.
En la Isabela, a una hora de camino a pie desde Sacedón y ahora bajo las aguas del pantano de Buendía, mandó construir Fernando VII, como en un intento último para que su segunda esposa Isabel de Braganza, cuyo nombre le dio, fuese capaz de concebir al hijo deseado, al amparo de sus aguas casi milagrosas; pues ya se sabía que siglos atrás habían curado de reumas al Gran Capitán, y de otras enfermedades a distintos personajes conocidos de todos; pero que en la reina -¡vaya por Dios! -no surgieron ningún efecto; como tampoco las famosas del Solán de Cabras lo harían después en la persona de su tercera mujer, la reina Josefa Amalia de Sajonia, a quien luego de construirle un nuevo palacio y de bañarse en sus aguas, salió como había entrado, sin el menor indicio de poder ser madre, aunque eso sí, con un cuadernillo de versos escritos, bastante malos por cierto, que le inspiraron los aires de la Serranía de Cuenca, el contacto directo con tan bello espectáculo natural y haber bebido durante una larga temporada de las aguas más delicadas de Europa.

El edificio del ayuntamiento, banderas al aire en su balcón al fondo de la Plaza Mayor, o de la Constitución, algunos establecimientos de servicio a un lado y al otro, distribuidos así mismo por las inmediaciones en las calles cercanas, y la portada renacentista de la iglesia de la Asunción, cerrada a esta hora, forman el centro vital más importante de la villa.
Y a partir de allí las calles y las plazuelas que completan el urbanismo de Sacedón a todo lo largo y ancho: Calle Mayor, Calle de la Fuente, del Olmillo, Calle de Isaac Peral, Plaza de Colón… Caigo al final frente a la fachada dieciochesca de la ermita o pequeña iglesia de la Cara de Dios. Las formas oscurecidas de la piedra se rematan en un airoso campanil con doble vano orientado al mediodía. Es esta una ermita muy cuidada, de cargada ornamentación interior, cúpula en hemisferio al gusto rococó y en el ábside, entre los dorados de un oportuno retablillo, se alcanza a ver una pintura mural de la Santa Faz. Se trata de la venerada imagen de la Cara de Dios, Patrona de la villa, cuyo origen y devoción popular tienen como base un acontecimiento insólito ocurrido en aquel mismo lugar, y que resumido pudo ser así:
Cuenta la tradición que fue aquí donde, el 29 de agosto de 1689, un catalán llamado Juan de Dios, refugiado a la sazón entre los pobres que solían acudir a diario al hospitalillo de Nuestra Señora de Gracia, es­tampó en actitud blasfema la punta de su puñal contra la pared al verse burlado por la joven Inés que, según se dijo, llevaba seducida. Al des­clavar el puñal a la mañana siguiente, se descascarilló la placa del ye­so que cubría la pared, apareciendo milagrosamente la imagen del Santo Rostro con la señal del acero hendida sobre la sien derecha. La actual iglesia de la Cara de Dios se levantó más tarde a raíz de aquel memora­ble suceso, y en ella recibió durante más de dos siglos el fervor y el cariño de los hijos de Sacedón la milagrosa imagen, hasta que en 1936 fue destruida a tiros de fusil.

El carácter eminentemente alcarreño en usos y costumbres de los habitantes de Sacedón, queda de manifiesto en su arraigada afición a los toros desde tiempos muy antiguos. Se habla del siglo XVII cuando ya en el pueblo pudo darse algún, o algunos, espectáculos taurinos, a manera de preámbulo de lo que la Fiesta Nacional -ahora tan amenazada en un determinado sector de la nación española- llegaría a ser en el futuro. Esto lo pienso al pasar junto a su centenaria plaza de toros, inaugurada en el año 1906: todo un memorial de tardes célebres que cuentan con sitio propio y muy destacado en la historia de la villa. Y así es comprensible que todavía se recuerde entre muchos los aficionados de toda la comarca la presencia en esta plaza de figuras de tanto peso en el planeta de los toros como la del alcarreño Saleri II, que actuó como matador en el año 1920, o las de Luís Miguel Dominguín, Antoñete, Antonio Bienvenida, y toda una amplia nómina de figuras que, con sóla su presencia, honraron a esta coso y a esta afición en temporadas memorables del pasado siglo; y como más reciente, la alternativa de otro importante diestro de la Alcarria, Sánchez Vara, tomada en esta plaza con Luís Francisco Esplá como matador donante y El Fandi como testigo del acontecimiento. Esto ocurrió en la tarde del 30 de agosto del año 2000.

Puedes imaginarte, lector amigo, que no es sólo esto, ni siquiera tal vez lo más importante que puedes encontrar en Sacedón si no lo conoces y algún día te decides a venir hasta él. Durante este tiempo, y desde hace algunos meses a hoy, quizás sea el agua del embalse, la ancha superficie azul punteada de barcas, lo que más te llame la atención en tu visita. La llegada de las aguas cambió, creo yo, la manera de ser y de vivir de este antiguo pueblo de labradores. Hoy, sigo creyendo, en Sacedón se vive de manera diferente; si bien, la esencia, el poso de los años y de los siglos, cargado de tantas pinceladas como le dejó el correr del tiempo, lo sigue conservando de manera bien visible.
Es mucho más lo que se puede ver y, desde luego, contar de Sacedón. Ahí lo tenemos, a la vera de las aguas azules del embalse por un lado, y al pie del cerro de la Coronilla por otro, con la solemne imagen en piedra labrada del Sagrado Corazón sobre la cumbre, bendiciendo con los brazos abiertos sus días y sus noches desde aquella mañana del mes de octubre de 1956 en la que se inauguró; obra magnífica del escultor Nicolás Martínez que, como el famoso Redentor del monte Concorvado de Río de Janeiro, se ha convertido, además y desde entonces, en una de las enseñas más queridas de esta singular villa alcarreña.

(En la fotografía, el Ayuntamiento en la Plaza Mayor)

1 comentario:

  1. Amigo José, como siempre un magnífico post.
    Felicidades por enseñarnos los cientos de rincones maravillosos que tiene nuestra región, y nuestra gran desconocida provincia de Guadalajara.
    Un saludo cordial.

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