viernes, 9 de abril de 2010

CARMONA: LUCERO DE EUROPA



Por la Sevilla de los Alcores, en pleno valle del Guadalquivir, hay una ciudad que hasta hace muy poco la gracia y la poesía de los andaluces conoció como Lucero de la Aurora, sin duda por el blanco intenso de sus casas y de sus barrios encima del alcor, sobre los que destaca una Giralda menor colocada en lo más alto del triple campanario de una torre afilada, la de San Pedro, y que por toda aquella espléndida comarca le dicen La Giraldilla, y a fe que lo es como su hermana mayor, la de la catedral de Sevilla, cuando gira de un lado para otro movida por el viento. La ciudad no es otra que la monumental Carmona, a la que por extensión, y también por mérito, han cambiado su apelativo aquel por el de Lucero de Europa. Premio Andalucía de Turismo, ¡Casi na, mi arma! que diría el carmonense que hay sentado a la sombra de un naranjo, fumando y hablando sin quitarse el cigarrillo de la boca, en la plaza de San Fernando.
He pasado por allí hace sólo unos días. El tiempo invita a viajar. No conocía Carmona. Nunca llegué a imaginar que en una ciudad andaluza, fuera de las grandes estrellas conocidas por todos: Córdoba, Granada, la propia Sevilla y alguna más de conocido rango, pudiera existir un lugar tan sorprendente en monumentos e historia como éste de Carmona que acabo de ver.
Sorprendente, sí; porque allí te encontrarás con una necrópolis romana, descubierta hace poco más de cien años, de la que han sacado al exterior hasta ochocientas tumbas, que son toda una lección de sistemas y de rituales funerarios que datan de la España romana, cuando Carmona fue Carmo, una de las más importante ciudades andaluzas del Imperio al lado de Hispalis (Sevilla) y de Itálica, cuna de emperadores. Cámaras subterráneas de enterramientos colectivos, tal vez de carácter familiar, y en los pequeños nichos, como a un metro de altura desde el suelo, las urnas de cerámica donde se guardaban las cenizas de los difuntos, porque en muchos de los casos ya se empleaba la incineración (siglos I y II d. C), que se llevaba a efecto colocando el cadáver sobre una pila de leños superpuestos a la que se le hacía arder en los quemaderos abiertos en las peñas, y ahora descubiertos después de tantos siglos.
La Tumba de Servilia, una mujer, sin duda de la alta sociedad romana en la vieja Carmo, es toda una mansión cavada en la roca, con un patio central rodeado de columnas, un tanto al gusto griego, que compite a su favor en interés con la que llaman Tumba del Elefante, por haber encontrado allí la escultura de un animal de la especie como símbolo de eternidad, y que no fue otra cosa que un santuario en honor de las divinidades Attis y Cibeles.
Los hallazgos del periodo romano aparecen en Carmona por todas partes, de ahí que en no pocas viviendas y en patios particulares sea frecuente encontrarse con piezas completas o fragmentos de mosaicos aparecidos allí mismo, al hurgar en el suelo. El más completo y más bello se encuentra a la vista de todos sobre el suelo, perfecto, impecable, en el patio interior del ayuntamiento, con las cuatro estaciones y la cabeza de Medusa, en el centro de un festín de formas geométricas bellísimas.
En la Puerta de Sevilla, abierta en la muralla, adentrados ya en los barrios más antiguos de la monumental Carmona, se pone ante los ojos una de las piezas más emblemáticas de la ciudad: la del Alcázar, restaurado en 1975, pero que en sus piedras más antiguas aparecen vestigios de los siglos XIV y XII antes de Cristo. Según Hernández Díaz y Corbacho se trata del ejemplar español más valioso en puertas romanas. Se puede recorrer el Alcázar en todas sus dependencias, desde la oficina municipal de turismo por donde se entra, hasta lo más alto de la llamada Torre del Oro, a la que cuesta trabajo subir salvando escalones, pero que compensa ampliamente aunque sólo sea por las vistas que ofrece alrededor, tanto de la ciudad vestida de riguroso blanco, como de la inmensa vega que le queda al pie y se extiende hasta perderse de vista en todas direcciones.
Mas se impone salir y apresurarse a dar una vuelta por la ciudad sorpresa. Tan extraña en pleno corazón de Andalucía, y con veintitrés mil habitantes de hecho y de derecho, hay que decir aunque suene a disparate que en Carmona no hay plaza de toros: Años atrás se pensó en construirla en uno de sus barrios, pero todo quedó en proyecto y la plaza de toros no llegó a efecto, allí queda su espacio circular del tamaño más o menos de la Maestranza sevillana, pero sin arena en el ruedo ni tendidos ni gradas, sino con modernas viviendas alrededor guardando la forma.
Iglesias, museos, rincones envueltos en poesía, una plaza del mercado al gusto castellano, pero con sus arcadas y soportales de color blanco, nos pueden entretener durante horas y horas sin que con ello hayamos conseguido penetrar en los misterios del alma de Carmona. De sus iglesias, al alcance del turista ocasional que va de paso, nos quedamos con la airosa torre ya dicha de San Pedro, y con el interior de la prioral de Santa María que tiene pretensiones de catedral, donde los carmonenses veneran a su Patrona la Virgen de Gracia, allá en su hornacina encendida de luz al fondo de la primera nave. Un patio de naranjos previo a la entrada, un San Cristóbal descomunal pintado sobre el muro, y girola por donde se comunican las naves laterales por el trascoro, son algunos detalles más que dejé anotados en mi libreta de apuntes.
Y a cuatro pasos de la iglesia de Santa María llegamos al museo de la ciudad, instalado en la casa palacio del Marqués de las Torres. En Carmona se cansaron de enviar sus hallazgos al Museo Arqueológico de Sevilla y decidieron, al fin, crear su propio museo. Allí guardan restos fosilizados con millones de años, pero predominan los tartesios, los romanos, los del periodo andalusí, saltándonos por encima curiosas muestras del paleolítico y todo el Museo de la Necrópolis, no por falta de interés, que sí que lo tiene, sino de espacio.
Al pensar en Carmona a uno le asalta la memoria el recuerdo de sus casas blancas y de sus calles estrechas, tanto que los conductores tienen que doblar el visor de los espejos al pasar por ellas, y aun así, todavía se advierten marcadas sobre las paredes las rozaduras de quienes no lo hicieron. Y a la hora de comer, que todo cuenta, dice uno de los trípticos de turismo que dan por allí que se puede elegir entre la Ruta de las Tapas y la de la Buena Mesa. Yo elegí la segunda. De postre te podrás servir según tu deseo, pero un buen consejo será que pruebes los dulces del convento de Santa Clara o de la Concepción, en donde las monjas sacan de su cocina verdaderas obras de arte, imposibles de encontrar en ningún otro sitio.
Es tiempo de viajar. Si dispones de unos días y de humor para hacerlo, toma el volante de tu coche o cualquiera de los medios tan rápidos y tan cómodos como ahora existen, y vete a Andalucía. España, amigo lector, es una caja de sorpresas a la que nos cuesta echar mano, unas veces por pereza y otras por ignorancia. Andalucía -y valga la ciudad de Carmona como botón de muestra- es siempre una provocación para los que pisando su suelo alguna vez le han tomado el gusto, una tentación en la que vale la pena caer.
Durante el viaje, año 2003

2 comentarios:

  1. Estimado amigo José, una gran descripción la que haces de este hermoso pueblo
    Los pasados días de vacaciones de Semana Santa, tuve el plecer de estar por las tierras del Moncayo, y por la ciudad de Tarazona; si no las conoces te las recomiendo encarecidamente.
    Un saludo cordial

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  2. José es de agradecer tu bella descripción de la tierra que me vio nacer y por la que muero como es carmona, pero he de decirte... que te vuelvo a invitar a que nos visites y conozcas otra tira de rincones y años de historia que desean ser visitados y mimados por la vista y el oído de lo que nos dejaron nuestros antepasados y que seguramente hagan junto a la bella descripción que hiciste de tu primera visita que quieras venir más a menudo por la vieja Carmo y por su gente tan maravillosa que te acogerá de la mejor forma posible, y una vez más amigo, gracias por tu descripción de mi amada Carmona

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