La vieja Ocilis de los árabes se airea al soplo de todos los vientos en el breve altiplano que todavía en tierras de Soria dibuja, a no mucha distancia del Valle del Jalón, la Sierra Ministra. El Jalón y el Henares son ríos con diferente destino que, uno al sureste y otro al noroeste, vienen a nacer a cuatro pasos de Medinaceli.
La Medina-Ocilis de los cristianos se quedó sin gente en el último tercio del pasado siglo porque a sus habitantes les dio por bajarse a vivir al barrio de la Estación, y con ellos las instituciones y los funcionarios locales. Las tierras bajas y más productivas de la vega, la proximidad a la carretera nacional y al llano de las salinas, pudieron como lugar de asentamiento con más de veinte siglos de historia, lo que ha supuesto dejar el antiguo burgo alzado sobre su peana a título de exposición, de museo, de reliquia del pasado y de residencia temporal para artistas, soñadores y otros derivados de la especie humana asidos de raíz a las más nobles inclinaciones del espíritu.
He conocido Medinaceli en horas intempestivas de un verano caluroso por los altos páramos castellanos. Había visto a distancia la silueta imprecisa del arco romano en ocasiones precedentes, pero nunca tuve la oportunidad de subir hasta su misma piedra. Por fin llegó el momento y he aquí que uno cuenta en su haber de caminante con una nueva experiencia, con un nuevo elemento de apoyatura sobre el que hacer descansar su pasión por esta Castilla de nuestros antepasados.
Había leído cosas acerca de la histórica villa de Medinaceli. La consideraba una vieja ciudadela cargada de recuerdos, pero un poco dejada de la mano de Dios y más todavía de la mano de los hombres; un burguillo medieval de casonas destartaladas y palacetes y conventos que apenas si podían sostener el peso de las cubiertas sobre la piedra tambaleante de sus muros; de mansiones señoriales selladas por encima de los dinteles de sus puertas con escudos de nobleza que han sabido burlar tan guapamente el peso de los siglos y el zarpazo impío y prolongado de la desconsideración. Ahora he visto que no es así, que la gente con buen sentido se volcó en favor del pueblo con obras de restauración hasta conseguir de él una nueva imagen, quizá demasiado nueva con la verdad de su pasado y con lo que Medinaceli representa como solar de las más antiguas civilizaciones.
Del arco romano de Marcelo, similar en estilo a los de Septimio Severo y Constantino en la ciudad de Roma, y único en la Península con triple arcada, se llega hasta las murallas de poniente atravesando el pueblo. En el maltrecho lienzo de muralla se abre una portona medieval que los vecinos de la villa conocen por la Puerta Árabe. Agujero de entrada y de salida para nobles y campesinos, para clérigos y guerreros, por donde hoy nadie transita y acabará por comerse el yerbazal.
En el centro mismo de Medinaceli se encuentra la Plaza Mayor, flanqueada por el añoso palacio de los duques y por el edificio sobre arcos y soportales de la vieja alhóndiga. En esta plaza se corrió hasta hace poco el "toro jubilo, o jubillo" con dos bolas de estopa y de pez encendidas en su cornamenta, coincidiendo con las fiestas otoñales de los Cuerpos Santos, que no eran otros que los de San Arcadio, Pascasio, Eutiquiano, Probo y Paulino, martirizados en tiempo del bárbaro Genserico y que al decir de las gentes se guardaban allí, tal vez en la colegiata de Santa María cuya torre cuadrangular sobresale por encima de los soportales, de los arcos y de los tejados que rodean a la plaza.
Un hombre anciano me cuenta, navegando en un mar de confusiones, que en aquellos campos murió el moro Almanzor, cosa que ya nos refiere la Historia, pero que no se sabe si está enterrado en el patio de la antigua alcazaba -ahora cementerio de la villa- o en el Cuarto Cerrillo fuera de las murallas; vaya usted a saber. Quien lo escucha, tampoco se encuentra en condiciones de opinar si en un sitio o en el otro, o tal vez, quizá lo más probable, en ninguno de los dos.
Aún quedan varios detalles más, registrados con fatal caligrafía, en el cuaderno de notas que llevé a Medinaceli. Pienso que el escaso interés de los mismos, aconsejan prescindir de ellos.
Cantalojas, verano de 2008
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