Hace años que el español medio -inmenso grupo al que pertenecemos la mayor parte de compatriotas- puede permitirse el lujo, y de hecho se lo permite, de saltar por encima de nuestras fronteras y lanzarse al ruedo de los mil mundos con el sencillo propósito de conocer nuevas tierras, nuevos ambientes, deseando ampliar como en el más didáctico de los libros su cultura y sus conocimientos. Las gentes de la Alcarria, jóvenes y menos jóvenes, andamos muy a la cabeza del resto de los españoles en este saludable ejercicio de meter la nariz en los más insospechados rincones del Planeta, como una vez más hemos podido comprobar en este viaje reciente a dos de los más importantes países del centro de Europa: la República Checa y Polonia. El viaje estuvo organizado por la parroquia de San Juan de Ávila, y el grupo de treinta y seis estaba compuesto por personas de la capital y de la provincia, siendo la participación más nutrida por localidades de fuera de la capital la correspondiente a Sauca, formada por siete viajeros en conjunto inseparable.
Viaje de extraordinario provecho, de fuertes impresiones y de sorpresas varias, que tuvieron principio apenas tomar tierra en el aeropuerto de Praga, donde la gente no daba crédito a lo que veían sus ojos, al comprobar que el expresidente Aznar había viajado con nosotros en el mismo vuelo, sin que hubiese sido descubierto por nadie hasta el momento de pisar tierra. No es preciso decir que las mujeres se apresuraron a posar junto a don José María en repetidas fotos de familia que él aceptó con la paciencia y la calma que le caracteriza.
La ciudad de Praga es un muestrario inmenso de motivos que requiere para conocerlo días completos de estancia, muchas más horas de las que pasamos allí. La mujer que nos sirvió de guía no era un portento en el manejo de nuestro idioma, pero estaba entrenada en el ir y venir por las calles de la ciudad mostrando y explicando los monumentos y otros lugares de interés, que recorrimos a pie en las horas y minutos que da de sí un día del mes de septiembre. El Castillo, la catedral de San Vito, el relevo de la guardia, las artísticas plazas de la capital checa repletas de tiendas y de visitantes, el puente de Carlos sobre el río Moldova con una importante colección de estatuas en ambas márgenes y cientos de vendedores de arte manual a cada paso, la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria en la que se venera al más ilustre y milagroso paisano nuestro en todo el continente: el Niño Jesús de Praga, llevado desde España en el siglo XVI como regalo de una noble señora, doña María Manrique de Lara, probablemente con raíces en la villa de Atienza. Quién sabe.
Con el recuerdo grato de una de las ciudades más bellas del mundo, de los tranvías que deambulan sin cesar por sus calles y de las vacas estáticas, pintadas por artistas del país que en Praga se encuentran por cualquier esquina, a la mañana siguiente salida en autocar hacia Polonia. Siete horas de autobús descubriendo pueblos y paisajes muy diferentes a los nuestros.
Cracovia es una de las ciudades que los primeros pobladores de Europa decidieron levantar a orillas del Vístula. El hecho de haber ejercido allí su ministerio como arzobispo el actual Pontífice, le ha dado una importancia que antes no tenía, pero, ahora igual que en siglos atrás, la ciudad de Cracovia es una provocación debido a sus magníficos monumentos entre los que destacan, ambos a un lado y al otro de la Plaza del Mercado, la iglesia de Santa María y la que allí conocen por la Lonja de los Paños, donde, tanto en el exterior como en el interior del largo pasadizo que hay detrás de los arcos, los puestos de recuerdos y de antigüedades son incontables, y a un precio que todavía no esta demasiado mal. Los artículos de joyería, iconos, y enseres propios del país, son los que abundan y los que poco a poco fueron dejando vacío el bolsillo de los viajeros. Desde lo más alto de la torre de Santa María se oye cada hora el sonido de una trompeta tocada por un experto, que repite las mismas notas cuatro veces, una hacia cada punto cardinal. Se hace en recuerdo de un hecho memorable que ocurrió en tiempos en los que Cracovia estaba invadida por las tropas del ejército tártaro. Un soldado desde la torre dio la alarma a toque de trompeta, pero con tan mala fortuna que una flecha enemiga le traspasó el corazón. No pudo terminar, pero gracias a ese aviso la ciudad consiguió defenderse.
Cracovia, con su magnífica catedral sobre la colina de Wawel, en la que destaca -por lo menos si se toma como referencia a lo que estamos acostumbrados aquí- el orden, el respeto a las cosas, la limpieza y la tranquilidad, aun tratándose de un enclave importante para la vida bohemia, nido de artistas en cualquiera de sus manifestaciones que tocan los instrumentos con auténtica pericia en las esquinas pidiendo alguna moneda, de pintores que exponen y venden sus pinturas en plena calle. Eso sí, buscando siempre el ansiado euro de los turistas, como bien demuestra el hecho de que a nuestro paso un grupo de nativos ataviados con la indumentaria típica del país, hicieron sonar el “Que viva España”, que Carolina se marcó a ritmo de pasodoble un poco aflamencao y que causó sensación a propios y a extraños. En una palabra, Cracovia es una ciudad respetada afortunadamente por las guerras, donde se vive en paz, pero con demasiadas estrecheces (trescientos euros, o mil trescientos slotis, que es lo mismo, gana en Polonia cada mes un trabajador medio no incluido en la lista fatal del paro, que en aquel país alcanza la alarmante cifra del veinticinco por ciento).
Y a quince minutos de viaje, la mina de sal de Wieliczka, con más de mil años de antigüedad y varios cientos de estatuas en piedra de sal realizadas por mineros escultores a lo largo de los siglos, y que culminan con toda una catedral situada a más de trescientos metros de profundidad, donde las imágenes, los muros, el retablo, los altares y el pavimento, son piedra de sal labrada dentro de la propia mina. En su interior se celebran bodas, conciertos y otros actos de tipo religioso o cultural. La mina de Wieliczka es Patrimonio de la Humanidad, como no podía ser menos, y desde hace varios años cesó en sus actividades de extracción y se dedica sólo al turismo, que, según nos explicaron y pudimos comprobar, durante los meses de primavera y verano acude desde todo el mundo en cantidades impensables, habiendo pasado a ser algunos de los antiguos trabajadores o sus descendientes activos guías para atender a los turistas durante el recorrido.
Viaje de extraordinario provecho, de fuertes impresiones y de sorpresas varias, que tuvieron principio apenas tomar tierra en el aeropuerto de Praga, donde la gente no daba crédito a lo que veían sus ojos, al comprobar que el expresidente Aznar había viajado con nosotros en el mismo vuelo, sin que hubiese sido descubierto por nadie hasta el momento de pisar tierra. No es preciso decir que las mujeres se apresuraron a posar junto a don José María en repetidas fotos de familia que él aceptó con la paciencia y la calma que le caracteriza.
La ciudad de Praga es un muestrario inmenso de motivos que requiere para conocerlo días completos de estancia, muchas más horas de las que pasamos allí. La mujer que nos sirvió de guía no era un portento en el manejo de nuestro idioma, pero estaba entrenada en el ir y venir por las calles de la ciudad mostrando y explicando los monumentos y otros lugares de interés, que recorrimos a pie en las horas y minutos que da de sí un día del mes de septiembre. El Castillo, la catedral de San Vito, el relevo de la guardia, las artísticas plazas de la capital checa repletas de tiendas y de visitantes, el puente de Carlos sobre el río Moldova con una importante colección de estatuas en ambas márgenes y cientos de vendedores de arte manual a cada paso, la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria en la que se venera al más ilustre y milagroso paisano nuestro en todo el continente: el Niño Jesús de Praga, llevado desde España en el siglo XVI como regalo de una noble señora, doña María Manrique de Lara, probablemente con raíces en la villa de Atienza. Quién sabe.
Con el recuerdo grato de una de las ciudades más bellas del mundo, de los tranvías que deambulan sin cesar por sus calles y de las vacas estáticas, pintadas por artistas del país que en Praga se encuentran por cualquier esquina, a la mañana siguiente salida en autocar hacia Polonia. Siete horas de autobús descubriendo pueblos y paisajes muy diferentes a los nuestros.
Cracovia es una de las ciudades que los primeros pobladores de Europa decidieron levantar a orillas del Vístula. El hecho de haber ejercido allí su ministerio como arzobispo el actual Pontífice, le ha dado una importancia que antes no tenía, pero, ahora igual que en siglos atrás, la ciudad de Cracovia es una provocación debido a sus magníficos monumentos entre los que destacan, ambos a un lado y al otro de la Plaza del Mercado, la iglesia de Santa María y la que allí conocen por la Lonja de los Paños, donde, tanto en el exterior como en el interior del largo pasadizo que hay detrás de los arcos, los puestos de recuerdos y de antigüedades son incontables, y a un precio que todavía no esta demasiado mal. Los artículos de joyería, iconos, y enseres propios del país, son los que abundan y los que poco a poco fueron dejando vacío el bolsillo de los viajeros. Desde lo más alto de la torre de Santa María se oye cada hora el sonido de una trompeta tocada por un experto, que repite las mismas notas cuatro veces, una hacia cada punto cardinal. Se hace en recuerdo de un hecho memorable que ocurrió en tiempos en los que Cracovia estaba invadida por las tropas del ejército tártaro. Un soldado desde la torre dio la alarma a toque de trompeta, pero con tan mala fortuna que una flecha enemiga le traspasó el corazón. No pudo terminar, pero gracias a ese aviso la ciudad consiguió defenderse.
Cracovia, con su magnífica catedral sobre la colina de Wawel, en la que destaca -por lo menos si se toma como referencia a lo que estamos acostumbrados aquí- el orden, el respeto a las cosas, la limpieza y la tranquilidad, aun tratándose de un enclave importante para la vida bohemia, nido de artistas en cualquiera de sus manifestaciones que tocan los instrumentos con auténtica pericia en las esquinas pidiendo alguna moneda, de pintores que exponen y venden sus pinturas en plena calle. Eso sí, buscando siempre el ansiado euro de los turistas, como bien demuestra el hecho de que a nuestro paso un grupo de nativos ataviados con la indumentaria típica del país, hicieron sonar el “Que viva España”, que Carolina se marcó a ritmo de pasodoble un poco aflamencao y que causó sensación a propios y a extraños. En una palabra, Cracovia es una ciudad respetada afortunadamente por las guerras, donde se vive en paz, pero con demasiadas estrecheces (trescientos euros, o mil trescientos slotis, que es lo mismo, gana en Polonia cada mes un trabajador medio no incluido en la lista fatal del paro, que en aquel país alcanza la alarmante cifra del veinticinco por ciento).
Y a quince minutos de viaje, la mina de sal de Wieliczka, con más de mil años de antigüedad y varios cientos de estatuas en piedra de sal realizadas por mineros escultores a lo largo de los siglos, y que culminan con toda una catedral situada a más de trescientos metros de profundidad, donde las imágenes, los muros, el retablo, los altares y el pavimento, son piedra de sal labrada dentro de la propia mina. En su interior se celebran bodas, conciertos y otros actos de tipo religioso o cultural. La mina de Wieliczka es Patrimonio de la Humanidad, como no podía ser menos, y desde hace varios años cesó en sus actividades de extracción y se dedica sólo al turismo, que, según nos explicaron y pudimos comprobar, durante los meses de primavera y verano acude desde todo el mundo en cantidades impensables, habiendo pasado a ser algunos de los antiguos trabajadores o sus descendientes activos guías para atender a los turistas durante el recorrido.
El día siguiente lo dedicamos a conocer Wadowice, el pueblo natal de Juan Pablo II, donde conocimos la casa en que nació convertida hoy en un cumplido muestrario de fotografías y de objetos personales del Pontífice. Entramos en la iglesia del lugar, donde se conserva la pequeña pila en la que fue bautizado. Y en un lateral de la misma plaza en la que está la iglesia, puede verse la fachada del colegio al que el pequeño Karol Wojtyla se formó durante sus años de infancia y convertida hoy en ayuntamiento. A lo largo de la fachada del edificio hay un cartel en el que, traducido a nuestro idioma, dice literalmente: “Wadowice. El ayuntamiento será siempre fiel a Juan Pablo II” ¡Qué mejor homenaje de sus paisanos! A escasos kilómetros se encuentra el escenario en donde tuvo lugar uno de los mayores crímenes colectivos de todo el siglo XX: Auschwitz.
En Auschwitz nos encontramos con algunos chicos y chicas de Guadalajara que habían viajado también por estos días a conocer aquellas tierras. Varios de los que formábamos el grupo no pudieron soportar la visita al campo de exterminio nazi y apenas entrar se volvieron al autobús. Auschwitz no es sino un sangrante grito de protesta contra la depravación humana, un referente diabólico de lo que el hombre es capaz de hacer cuando, lejos de cualquier elemental valor, se convierte en bestia. Allí murieron millones de seres inocentes (millones, en plural, muy en plural, porque jamás se llegará conocer el número exacto de las víctimas) por el simple hecho de ser judíos, o de pertenecer a la raza gitana, entre otras razones de similar calado. Los testimonios que allí se pueden ver son horribles. Desde niños de pecho hasta ancianos venerables, pasando por la juventud y por la edad madura, enfermos y lisiados, perdieron la vida en uno de los holocaustos más estremecedores que se registran en la historia de la humanidad. Omito todo detalle por respeto al lector. Esperemos que quienes dirigen el mundo aprendan la lección que nos enseña la Historia que es maestra de la vida, aunque no siempre estemos dispuestos a obedecer sus enseñanzas.
Y el viaje de este nutrido grupo de alcarreños concluyó en Czestochowa, el santuario mariano donde se venera la histórica imagen de la Patrona de Polonia. Allí pudimos comprobar la religiosidad profunda de un pueblo que ha sufrido mucho a lo largo de los últimos siglos, del fervor de la gente joven que contrasta con lo que solemos ver en países del primer mundo, entre ellos el nuestro. Czestochowa es para el pueblo polaco la luz misteriosa que ilumina a toda la nación, y en donde tienen puestos sus sueños y sus esperanzas. Bien merece este noble pueblo que los vientos del azar comiencen a soplar en favor suyo. Los polacos están en ello.
"En las fotografías, Plaza del Mercado de Cracovia y Paseo de los Barracones de Auschwitz"
Y el viaje de este nutrido grupo de alcarreños concluyó en Czestochowa, el santuario mariano donde se venera la histórica imagen de la Patrona de Polonia. Allí pudimos comprobar la religiosidad profunda de un pueblo que ha sufrido mucho a lo largo de los últimos siglos, del fervor de la gente joven que contrasta con lo que solemos ver en países del primer mundo, entre ellos el nuestro. Czestochowa es para el pueblo polaco la luz misteriosa que ilumina a toda la nación, y en donde tienen puestos sus sueños y sus esperanzas. Bien merece este noble pueblo que los vientos del azar comiencen a soplar en favor suyo. Los polacos están en ello.
"En las fotografías, Plaza del Mercado de Cracovia y Paseo de los Barracones de Auschwitz"
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