domingo, 2 de enero de 2011

UNA SEMANA EN LAS ISLAS AFORTUNADAS


Ya hace tiempo que anduve por allí. Era un grupo bastante nutrido de miembros de la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo llegados de la Península los que viajamos hasta las Islas en misión de esparcimiento y de trabajo, más de lo primero que de lo segundo, según el calendario previsto por la FEPET antes de partir. Varios de nosotros íbamos al Archipiélago Canario por primera vez, lo que suponía durante la estancia un esfuerzo y una atención especial por captarlo y asimilarlo todo. Recorrimos, casi en su totalidad, las dos islas que hacen de cabecera en aquel pedazo entrañable de la España total situadas en el Atlántico: Gran Canaria, primero, y Tenerife después. Las dos son harto conocidas por sus playas, por su clima benigno y por sus contrastes, sobre todo la isla de Tenerife, la mejor dispuesta para el turismo y la más visitada de todo el Archipiélago, a la que acuden a lo largo del año hasta dos millones de españoles procedentes de las demás regiones, y muy cerca diez millones de extranjeros, centroeuropeos y nórdicos la mayoría, de los cuales son muchos los que se quedan a vivir durante gran parte del año, cuando no de manera permanente.
Pese a su indudable interés y a sus reconocidos encantos, las Islas Canarias siguen siendo artículo de lujo para una mayoría de españoles. La distancia que nos separa, con el mar por medio, supone para muchos un inconveniente, hoy por hoy más imaginario que real. Personalmente entono el “mea culpa” por haber esperado tanto tiempo sin preocuparme seriamente por conocer aquellas tierras, tan diferentes y tan complementarias de lo que es nuestro mapa peninsular.
Las siete islas que forman el archipiélago pasaron a ser tierra española, tras largos y graves enfrentamientos con los aborígenes de raza berebere, a finales del siglo XV, cuando los conquistadores, Pedro de Vera y Fernando Guanarteme entre otros, consiguieron poderlas incorporar a la corona de Castilla, sentados en el trono a la sazón los Reyes Católicos. Entre los muchos privilegios de los que gozan las Islas, aparte de los puramente naturales como pudiera ser la bonanza perpetua de su clima y la rica flora autóctona, cifrada en centenares de plantas que tan sólo se dan en aquel suelo, conviene tener en cuenta cómo a mediados del siglo XIX se les premió con generosidad al ser consideradas como puerto franco, lo que supuso desde entonces gozar de un régimen especial, tanto económico como fiscal, orientado a favorecer las relaciones comerciales del Archipiélago con la Península y con el resto del mundo. De varios de los impuestos a cuyo pago estamos sometidos el resto de los españoles, quedan exentos los isleños y quienes viven allí. Los carburantes, por ejemplo, se sirven entre un treinta y cinco y un cuarenta por ciento más baratos de lo que nos cuestan en cualquiera de las provincias peninsulares, motivo principal por el que hasta hace poco la gente solía viajar hasta Canarias.
Los griegos ya consideraron como “Afortunadas” a aquellas islas, y a fe que no les faltaba razón al aplicarles tal calificativo, porque en realidad lo son. Tenerife, sobre todo al norte de la isla, con su exuberante vegetación y agricultura privilegiada, a la que se une con fuerza el turismo desde hace varias décadas, ofrece al visitante ciertos visos de paraíso lejano; razón que reafirman los paisajes lunares y las tierras volcánicas del interior, sobre las que destaca, inconfundible y hasta cierto punto amenazador, el padre Teide, el pico más alto de España junto soberbios roquedales (roques) y extensiones inmensas de lava petrificada que, hace todavía menos de un siglo, arrojó en estado incandescente el volcán dormido (no apagado) que guarda en sus entrañas. La costa sur, tanto o más apreciada por el turismo sedentario, marca el contraste con el resto de la simpar Tenerife.
A pesar de todo, y teniendo presente lo antes dicho en favor de la isla hermana, y por tanto rival en el común sentir de los isleños, quiero dedicar atención especial en este trabajo a Gran Canaria, un continente ínfimo si consideramos los grandes contrastes que se aprecian al viajar por ella. Igual que Tenerife, Gran Canaria aparece salpicada de hoteles y de urbanizaciones a lo largo de todas sus costas. Quizá demasiados hoteles y demasiadas urbanizaciones por lo que ello pudiera tener de amenaza a la singularidad natural de la isla. El clima es el común a todo el Archipiélago; sus playas, entre naturales y artificiales, casi todas chiquitas, pasan del medio centenar, y su clima varía de manera notoria entre el norte y el sur como consecuencia inmediata de los vientos alisios, en una superficie total no más allá de la cuarta parte de la provincia de Guadalajara; pero, eso sí, con una población de hecho que sobrepasa las setecientas mil almas, de las cuales, algo más de la mitad corresponden a la capital, a Las Palmas, situada en la costa norte, ciudad a la que la reina Isabel de Castilla otorgó este título a principio del siglo XVI, con el nombre de Ciudad Real de las Tres Palmas, enseña por la que la isla se sigue identificando cinco siglos después.
En tanto que la isla de Tenerife se distingue por los atractivos turísticos y económicos ya dichos, en Gran Canaria privan los culturales en torno a su etnología y a su pasado, de los cuales el resto de las islas carecen, por lo menos en su misma proporción. Hasta diez museos abiertos al público puede el viajero visitar en la ciudad de Las Palmas, todos ellos con muestras valiosísimas del pasado remoto de las Islas, o de la aventura española del Descubrimiento de América por cuanto al papel que desempeñó Gran Canaria en aquel hecho histórico, cuyo principal exponente es la llamada Casa de Colón, antigua residencia de los gobernadores de Gran Canaria, en donde pueden encontrarse interesantes documentos, maquetas en menor escala de las naves que guió Colón, incluso una reproducción en tamaño natural, más o menos exacta, de la estancia particular del Almirante dentro de la carabela Santa María. Algunas pinturas de los siglos XV y XVI, llevadas desde el Museo del Prado, también pueden verse allí, en el piso superior de un edificio histórico con un contenido esencialmente americanista.
El recuerdo, con infinidad de restos del pasado aborigen: utensilios, cerámica, pinturas, momias y cráneos cromañoides, sin duda el mayor del mundo civilizado con alcance hasta la Prehistoria, se puede admirar con sorpresa en el llamado Museo Canario, fundado en el barrio antiguo de la Capital en el año 1892.
La Casa-Museo Pérez Galdós, instalado en la que fue su casa natal, guarda parte del mobiliario y de los enseres personales que el insigne novelista empleó en sus viviendas de Madrid y de Santander, así como su biblioteca, convertida, además, en importante centro de estudios galdosianos. Y el Museo Diocesano de Arte Sacro, situado en el Patio de Naranjos de la Catedral, con valiosas esculturas, orfebrería y pinturas de los últimos cinco siglos; y el Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología; y el Centro Atlántico de Arte Moderno, entre varios más a los que me gustaría añadir otros dos edificios memorables: el Teatro Pérez Galdós, del pasado siglo, y el moderno auditorio Alfredo Kraus, junto a la playa y a la enorme estatua en bronce, que mira al mar, del laureado tenor grancanario fallecido años atrás.
Tal vez sean otros los intereses por los que nuestros compatriotas peninsulares viajen a Canarias. La explosión turística producida hacia las Islas durante la segunda mitad del siglo XX, que se ha ido alimentando con infinidad de motivos diferentes que invitan a pasarse por allí, ha olvidado un poco lo puramente isleño, su historia y sobre todo su cultura, que no por eso deja de revestir un interés sobresaliente. Además de Carnavales y salas de fiesta, que en cualquiera de las ciudades y playas los hay la mar de atractivos, en Canarias cuentan muchas más cosas que ver y que gozar de ellas. Una tierra diferente que vale la pena conocer, pese a la distancia, como parte integradora de esta España tan injustificadamente ignorada a veces por los propios españoles.

2 comentarios:

  1. Estimado amigo, como siempre gracias por estas magníficas descripciónes, que nos hacen viajar sin movernos de la silla del escritorio.
    Un abrazo

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