No uno, sino dos o más, son los lugares de la Mancha que a pocos kilómetros de distancia se pueden visitar en el corto espacio de un fin de semana. Uno desconoce si las tierras manchegas tienen o no tienen corazón, como tienen alma; pero, de tenerlo, estoy seguro de que anda por aquí, por este ángulo de campos rayanos con tres de las provincias manchegas (Cuenca, Toledo y Ciudad Real). No es la primera vez que quien ahora escribe anduvo por estos pagos, y confía en que tampoco será la última que lo haga; sabe muy bien que el viaje a tierras de la Mancha es un viaje diferente y no falto de sorpresas. Se puede venir a la llanura manchega como turista, como aventurero, como investigador, dispuesto en todo caso a descubrir algo nuevo, pero siempre con los ojos de la cara y con los del corazón abiertos.
Henos sobre el alto de las eras de Mota del Cuervo. La colina de Consuegra, la sierra de Criptana y el suave altiplano de Mota del Cuervo, son las tres exposiciones de molinos de viento más reconocidas de toda la Mancha. El paisaje se enriquece de forma extraordinaria con su presencia coronando los ocres, los azules, y los blancos de cal de sus villas respectivas.
Siete molinos de viento han sido restaurados en Mota del Cuervo. Los siete saludan con los brazos abiertos al pueblo que tienen a sus pies y a la llanura inmensa de vides y de cereal que se extiende al otro lado. Los camiones de carga viajan en línea recta por el desvío haciendo sonar la fuerza de sus motores. El último sol del verano restalla sobre el blanco volumen de los molinos y sobre el cristal de los automóviles que suben a los turistas. Dos señoritas con pantalón corto entran a comprar algún souvenir al único molino que hay abierto: el molino tienda. Por el alto de las eras no corre una brizna de aire.
Hay que atravesar el pueblo por el camino viejo y seguir adelante. Muy pronto, digamos que en los aledaños de la Mota, se anuncia a un lado y al otro de la carretera el límite de provincias. Las tierras de Cuenca y las de Toledo se juntan o se separan aquí. La Venta de Don Quijote avisa los caminos del Toboso. Como dejó escrito Miguel de Cervantes -el hombre que inmortalizó estas tierras- la torre del Toboso destaca sobre el campo de vides. Es para mi uso el pueblo cervantino, y quijotesco, sobre todos los demás. Al Toboso lo hicieron los hombres y lo eternizó la literatura. Ignoro si todos los toboseños son conscientes de esa realidad. Deberían serlo; aprovechar esa circunstancia feliz, ya histórica, y hacer lo posible en su favor como primer escenario que es de la obra de Cervantes. El nombre del Toboso va unido de modo inseparable al de Dulcinea, y el de Dulcinea al de Don Quijote, y el del famoso hidalgo al de su creador, a Cervantes, es decir, al padre y señor de la literatura española. Es una gran cosa.
De este compromiso con la historia en tan afortunada comarca, y con el importante reclamo de la literatura que a toda la Mancha eligió para sí, el pueblo del Toboso se ha comenzado a responsabilizar poco a poco, y de esa manera, también al mismo ritmo, al público de fuera le ha dado por corresponder pasando por allí de tarde en tarde. La iglesia de San Antonio Abad; el convento de Trinitarias que data del tiempo de los Austrias; la biblioteca cervantina, con algunos ejemplares curiosos del Quijote; la glorieta y monumento a García Sanchiz al lado de otro convento, el de Franciscanas; la Casa de Dulcinea, muestrario latente de un caserón manchego del siglo XVI..., todo converge sobre un punto común, sobre lo que el Toboso es y significa a partir de la inmortal obra de Cervantes: lugar de encuentro para estudiosos y amigos de El Quijote, que en España y en el mundo los hay, y que son muchos.
Atenta a esa necesidad nació hace poco tiempo -quizá dos años- la Casa de la Torre. Su fin no es otro sino el servir de alojamiento y ser sede obligada de todos los acontecimientos literarios y turísticos en torno a El Quijote y a la figura de su autor. Las condiciones que la Casa ofrece son inmejorables para cumplir con esa delicada misión, precisamente en el lugar más idóneo. Todo allí está orientado a influir de manera eficiente en el ánimo de quien llegare, trasladándole a la Mancha de cuatro siglos atrás, pero con las comodidades y el confort, también con la elegancia, de los mejores alojamientos de nuestro tiempo.
He pasado unas horas en el Toboso empapándome del ambiente manchego y cervantino que rezuma la Casa de la Torre. Me acompañaron el Ama, Isabel, y el Amo, Antonio. Con ellos he visto todos los rincones de la casa: la buhardilla, el corredor, las ocho alcobas, el patio interior con su aljibe al gusto de la época, la cocina, el comedor, la fuente de alfarería moteña..., y pendiente de los muros una exposición valiosísima de ilustraciones, pinturas, fotografías, todas en torno a la figura de Don Quijote o a escenas y rincones escogidos de la villa del Toboso, tanto actuales como retrospectivas.
Un punto y aparte, casi final, para la gastronomía manchega. Uno se pierde entre la riqueza de nombres y de sabores que la Mancha tiene como suyos y que en la Casa de la Torre se ofrecen al visitante como viandas en su más completa variedad: mojete de la Molinera, guiso de las bodas de Camacho, tiznao, caldereta de cordero, duelos y quebrantos, arrope, queso en aceite, mistela. ¿Hay algo más acorde con la tierra que pisamos que esos nombres y que esos sabores para caminar sobre un imaginario rocín por los campos de la Mancha? ¿Algo mejor que las humildes, pero sabrosísimas, patatas con conejo que comimos en familia junto al brocal del pozo, a la sombra de un toldo de aspillera?
La Mancha, como El Quijote, amigo lector, se hicieron para andar por ellos, para dedicarles el tiempo necesario, o un poco más si fuera posible, hasta conseguir entrar en su médula, en su personal embrujo, en su alma labriega y universal. Toda una pasión que atrajo y que marcó durante siglos a literatos y artistas, a soñadores y a gentes que andan con los pies en el suelo en busca, quien sabe si del último entuerto que desfacer o de una ínsula Barataria prendida entre los pliegues del corazón; qué más da. La Mancha es la Mancha, y con eso sobra.
(En la imagen, monumento a "El Quijote" en la Plaza de El Toboso)
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