Peñafiel es pueblo de sonoros recuerdos en la historia de España. Peñafiel es centro de una comarca extensa de campos de trigal, de viñedos y de hortalizas a la que da nombre. Peñafiel, en fin, a la sombra de su celebre castillo sobre la estirada colina de rocas que lo sostiene, muestra al visitante la nobleza de su origen y el encanto infinito de sus piedras labradas, a la vera de uno de los ríos que mas saben de dichas y desdichas del alma castellana: el Duraton, que precisamente aquí, a las puertas de esta antigua ciudad de palacios y conventos, entrega al padre Duero las aguas que a lo largo de leguas y leguas por la ancha Castilla, fue recogiendo desde los altos de Somosierra donde era fuente.
Por uno de los puentes que cruzan sobre el río, entro en Peñafiel de buena mañana. La torre puntera del castillo se pierde al contraluz, arrojando sombras geométricas sobre las últimas casas. La Plaza de España es en este viaje a Peñafiel el primer destino. La Plaza de España tiene al mediodía una iglesia de porte renacentista que ahora emplean como Museo Comarcal de Arte Sacro; levanta un soberbio torreón y esta dedicada a Santa María. Al frente, en la misma plaza, las tiendas bajo soportal que al instante nos ponen en camino hacia la Plaza del Coso.
Después del castillo, la Plaza del Coso es por su originalidad lo más significativo de Peñafiel. En la Plaza del Coso se vienen capeando toros desde la Edad Media; espectáculo tradicional que el publico contempla desde los cientos de balcones adornados con arabescos que, según alguien explico, fueron colocados según su actual estructura a mediados del siglo XVIII sobre su primitiva planta medieval. En la Plaza del Coso tiene lugar otro de los acontecimientos mas coloristas, multitudinarios y emotivos, que el pueblo celebra cada año como remate su Semana Santa desde tiempo inmemorial. Se trata de la Bajada del Ángel en la mañana del domingo de Resurrección, y consiste en el descendimiento por medios mecánicos de un muchacho disfrazado de ángel que anuncia a la Virgen, colocada sobre las andas entre la multitud, la resurrección de Cristo. La visión plástica de la Plaza del Coso, rodeada de balcones de madera en sus cuatro caras con el castillo al fondo, traslada al espectador a tiempos remotos, a la España de los Austrias o antes aún, en aquel ideal escenario testigo de añosos acontecimientos escritos en legajos polvorientos o sobre la misma piedra, soporte tantas veces de pequeñas paginas con las que se hilvana el gran tapiz de la historia de los pueblos: «Santiago Fernández. Ha fallecido el día 15 de agosto a los 21 años de edad. Fue cojido por un toro. Año de 1896. R.I.P.», se lee sobre la plancha de piedra en un lateral de la Plaza del Coso.
En la villa de Peñafiel no es posible echar en olvido al autor de «El Libro de Patronio». El Infante don Juan Manuel, miembro importante de la realeza castellana allá por la primera mitad del siglo XIV, iniciador de la narrativa en nuestra propia lengua, fue su gran Señor, y así la tomo como lugar preferido de todos sus estados y centro de sus correrías literarias, cinegéticas, políticas, por la ancha Castilla de Cifuentes, de Garcimuñoz, de Galve, de Pozancos, donde puso punto final al «Libro de los Estados». Reyes y magnates tomaron como asiento a Peñafiel durante largas temporadas, y allí vino a nacer, sírvanos de ejemplo, el desdichado don Carlos, príncipe de Viana.
En la Plaza del Coso se encuentra la Oficina Municipal de Turismo que atiende con prontitud una amable señorita. Allí se recibe información acerca de lo mucho que puede verse en Peñafiel cuando se viaja a ciegas. En la oficina de turismo ofrecen material suficiente en concepto de guía y una tarjeta horario para realizar visitas, sin peligro a topar con las puertas cerradas de los museos o de otros monumentos de interés como ocurre con tanta frecuencia.
El Castillo se abre al publico en horario de verano, previo pago de una modesta aportación durante tres horas por la mañana y cuatro por la tarde. La visita al castillo de Peñafiel resulta instructiva y curiosa. Las proporciones de la fortaleza son enormes. Se trata de un edificio de forma alargada, cuya planta va dibujando el altiplano roquero que le sirve de base. Sus dimensiones son 210 metros de largo por 20 de ancho, con torre del homenaje colocada en mitad que alcanza una altura de 34 metros. En ambos lados de la torre quedan los patios que sirvieron de albergue alas caballerizas y guarniciones por sur, mientras que el aljibe y los almacenes ocupan el ala norte. El castillo se levanto por primera vez sobre el largo roquedal en el siglo X, se volvió a reconstruir a finales del XI, lo restauro de nuevo el infante Don Juan Manuel a principios del XIV; y un siglo mas tarde se le dio la estructura definitiva durante el reinado de Juan II. En el año 1917 fue declarado Monumento Nacional.
El nuevo Peñafiel, no obstante, es por todo lo demás una ciudad moderna, bien arbolada y pulcra, repleta de tiendas y de servicios. Una ciudad de calles estrechas donde la gente es amable y complaciente.
La iglesia y convento de San Pablo, a cuatro pasos de la Plaza del Coso, y el convento de Clarisas al otro lado del río, son monumentos a destacar con todo lo ya dicho. La fachada plateresca de la iglesia de San Pablo es toda una filigrana, sobre la que se disparan sin querer las cámaras fotográficas de los turistas.
- ¿Ha estado usted por aquí alguna vez cuando el Corro de los Toros?
- No señor ¿Eso que es?
-Pues las fiestas, las corridas, las capeas, y todo el jolgorio que tiene
lugar en la plaza y en sus alrededores para la fiesta de Nuestra Señora y de San Roque, a mediados de agosto.
Como en todos los pueblos y villas importantes de la Vega del Duero: de Burgos, de Segovia, de Valladolid, a estas alturas las capeas, las corridas de toros, las verbenas y las multitudinarias comparsas cantando por las calles, tuvieron y siguen teniendo en Peñafiel una importancia suprema. Los vinos exquisitos de la uva verdeja, de la albilla y la tinta del toro, que por aquí se dan, juegan su papel en esas ocasiones, que nadie lo dude. Es parte de un todo en el que se vienen conjugando, creo que de manera magistral, el peso de la tradición con la vaporosidad festiva de los nuevos tiempos, el espíritu veladamente socarrón del castellano viejo, con el ímpetu de la juventud olvidadiza y marchosa de finales del siglo XX.
Hola José, entra en mi blog. Tienes un simbólico premio para ti. Un saludo.
ResponderEliminarNo me fue posible verlo en su momento. Gracias de todas formas. Un saludo
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