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sábado, 24 de abril de 2010

EN UN LUGAR DE LA MANCHA



No uno, sino dos o más, son los lugares de la Mancha que a pocos kilóme­tros de distancia se pueden visitar en el corto espacio de un fin de semana. Uno desconoce si las tierras manchegas tienen o no tienen corazón, como tienen alma; pero, de tenerlo, estoy seguro de que anda por aquí, por este ángulo de campos rayanos con tres de las provincias manchegas (Cuenca, Toledo y Ciudad Real). No es la primera vez que quien ahora escribe anduvo por estos pagos, y confía en que tampoco será la última que lo haga; sabe muy bien que el viaje a tierras de la Mancha es un viaje diferente y no falto de sorpresas. Se puede venir a la llanura manchega como turista, como aventurero, como investigador, dispuesto en todo caso a descubrir algo nuevo, pero siempre con los ojos de la cara y con los del corazón abiertos.
Henos sobre el alto de las eras de Mota del Cuervo. La colina de Consue­gra, la sierra de Criptana y el suave altiplano de Mota del Cuervo, son las tres exposiciones de molinos de viento más reconocidas de toda la Mancha. El paisa­je se enriquece de forma extraordinaria con su presencia coronando los ocres, los azules, y los blancos de cal de sus villas respectivas.
Siete molinos de viento han sido restaurados en Mota del Cuervo. Los siete saludan con los brazos abiertos al pueblo que tienen a sus pies y a la llanu­ra inmensa de vides y de cereal que se extiende al otro lado. Los camiones de carga viajan en línea recta por el desvío haciendo sonar la fuerza de sus moto­res. El último sol del verano restalla sobre el blanco volumen de los molinos y sobre el cristal de los automóviles que suben a los turistas. Dos señoritas con pantalón corto entran a comprar algún souvenir al único molino que hay abier­to: el molino tienda. Por el alto de las eras no corre una brizna de aire.
Hay que atravesar el pueblo por el camino viejo y seguir adelante. Muy pronto, digamos que en los aledaños de la Mota, se anuncia a un lado y al otro de la carretera el límite de provincias. Las tierras de Cuenca y las de Toledo se juntan o se separan aquí. La Venta de Don Quijote avisa los caminos del Tobo­so. Como dejó escrito Miguel de Cervantes -el hombre que inmortalizó estas tierras- la torre del Toboso destaca sobre el campo de vides. Es para mi uso el pueblo cervantino, y quijotes­co, sobre todos los demás. Al Toboso lo hicieron los hombres y lo eternizó la literatura. Ignoro si todos los toboseños son cons­cien­tes de esa realidad. Deberían serlo; aprovechar esa circunstancia feliz, ya histórica, y hacer lo posible en su favor como primer escenario que es de la obra de Cervantes. El nombre del Toboso va unido de modo inseparable al de Dulcinea, y el de Dulcinea al de Don Quijote, y el del famoso hidalgo al de su creador, a Cervantes, es decir, al padre y señor de la literatura española. Es una gran cosa.
De este compromiso con la historia en tan afortunada comarca, y con el importante reclamo de la literatura que a toda la Mancha eligió para sí, el pueblo del Toboso se ha comenzado a responsabilizar poco a poco, y de esa manera, también al mismo ritmo, al público de fuera le ha dado por corresponder pasando por allí de tarde en tarde. La iglesia de San Antonio Abad; el convento de Trinitarias que data del tiempo de los Austrias; la biblioteca cervantina, con algunos ejemplares curiosos del Quijote; la glorieta y monumento a García Sanchiz al lado de otro convento, el de Franciscanas; la Casa de Dulcinea, muestrario latente de un caserón manchego del siglo XVI..., todo converge sobre un punto común, sobre lo que el Toboso es y significa a partir de la inmortal obra de Cervantes: lugar de encuentro para estudiosos y amigos de El Quijote, que en España y en el mundo los hay, y que son muchos.
Atenta a esa necesidad nació hace poco tiempo -quizá dos años- la Casa de la Torre. Su fin no es otro sino el servir de alojamiento y ser sede obligada de todos los acontecimientos literarios y turísticos en torno a El Quijote y a la figura de su autor. Las condiciones que la Casa ofrece son inmejorables para cumplir con esa delicada misión, precisamente en el lugar más idóneo. Todo allí está orientado a influir de manera eficiente en el ánimo de quien llegare, trasladándole a la Mancha de cuatro siglos atrás, pero con las comodidades y el confort, también con la elegancia, de los mejores alojamientos de nuestro tiempo.
He pasado unas horas en el Toboso empapándome del ambiente manchego y cervantino que rezuma la Casa de la Torre. Me acompañaron el Ama, Isabel, y el Amo, Antonio. Con ellos he visto todos los rincones de la casa: la buhardilla, el corredor, las ocho alcobas, el patio interior con su aljibe al gusto de la época, la cocina, el comedor, la fuente de alfarería moteña..., y pendiente de los muros una exposición valiosísima de ilustra­ciones, pinturas, fotografías, todas en torno a la figura de Don Quijote o a escenas y rincones escogidos de la villa del Toboso, tanto actuales como retrospectivas.
Un punto y aparte, casi final, para la gastronomía manchega. Uno se pierde entre la riqueza de nombres y de sabores que la Mancha tiene como suyos y que en la Casa de la Torre se ofrecen al visitante como viandas en su más completa variedad: mojete de la Molinera, guiso de las bodas de Camacho, tiznao, caldereta de cordero, duelos y quebrantos, arrope, queso en aceite, mistela. ¿Hay algo más acorde con la tierra que pisamos que esos nombres y que esos sabores para caminar sobre un imaginario rocín por los campos de la Mancha? ¿Algo mejor que las humildes, pero sabrosí­simas, patatas con conejo que comimos en familia junto al brocal del pozo, a la sombra de un toldo de aspillera?
La Mancha, como El Quijote, amigo lector, se hicieron para andar por ellos, para dedicarles el tiempo necesario, o un poco más si fuera posible, hasta conseguir entrar en su médula, en su personal embrujo, en su alma labriega y universal. Toda una pasión que atrajo y que marcó durante siglos a literatos y artistas, a soñadores y a gentes que andan con los pies en el suelo en busca, quien sabe si del último entuerto que desfacer o de una ínsula Barataria prendida entre los pliegues del corazón; qué más da. La Mancha es la Mancha, y con eso sobra.

(En la imagen, monumento a "El Quijote" en la Plaza de El Toboso)

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