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jueves, 15 de abril de 2010

ALMANSA, CON VOCACIÓN LEVANTINA


La ciudad de Almansa, en los llanos levantinos de la provincia de Albacete, es por situación una de las más alejadas de nosotros en el mapa general de las tierras castellanomanche­gas, según su concepción actual. Con su castillo templario sobre las peñas y los históricos campos del llano alrededor, Almansa viene a ser como la puerta a través de la cual se ponen en contacto las tierras de Castilla y del viejo reino de Valencia. Tierras de paso, y, como tal, punto estratégico en ciertos momentos del pasado de los que se ocupan con amplitud las páginas de la Historia.
No suele ser frecuente que gentes de estos pagos mesetarios de junto al Henares se pierdan por aquellos parajes tan lejanos y tan distintos a los que estamos acostumbrados a ver. Pasé por allí hace sólo unos días con ocasión de un viaje a la Xátiva de los Borja, y decidí hacer un alto en la ciudad de Almansa atraído por la solemne estampa de su castillo que, como ocurre con Atienza en nuestra serranía, es como una llamada de atención al caminante para visitar el pueblo y un dato, casi siempre inequívoco, que garantiza el interés de lo que habrá dentro.
Almansa queda a 80 kilómetros de distancia más allá de la capital de su provincia y sólo a 12 del límite de nuestra región con el reino de Valencia. Tierra inmejorable en el llano y áspera en las serrezuelas que la circundan a cierta distancia. El cultivo de cereales, la vid y los olivos, son sus medios de vida tradicionales, si bien, las industrias del calzado y la fabrica­ción de muebles son hoy, aparte del comercio como capitalidad de comarca, las fuentes de ingresos más importantes. Su población supera los veinte mil habitantes.
No es demasiado lo que se puede contar a la vista de una ciudad en viaje de paso, aunque en Almansa la primera visión deberá ser la única y definitiva sin pararse en meticulosidades por falta de tiempo: una ciudad activa, considerada como tal desde el año 1778 en que el rey Carlos III le otorgó ese título, y cuyas calles y plaza rodean en sus cuatro direcciones a la solemne roca caliza sobre la que se alza el castillo. Luego, como en todas las ciudades antiguas -Almansa lo es por su origen desconocido, que algunos fijan en la remota España de los iberos- todo se ha de centrar en su historia y en la riqueza monumental que, al cabo de siglos, ha conseguido llegar hasta nosotros en condiciones mejor que aceptables.
Almansa figura en los libros de texto debido a la famosa batalla que cuando la llamada Guerra de Sucesión se libró en sus inmediaciones. Fue aquella la primera de una serie de tres que, definitivamente, colocaron a los Borbones de origen francés en el trono de España (las otras dos se dieron en la Alcarria: los campos de Brihuega y Villaviciosa saben mucho de ello). Tuvo lugar el 25 de abril de 1707, y con su victoria sobre el archiduque Carlos de Austria, permitió a Felipe de Anjou la toma de los reinos de Valencia y Aragón poco más tarde.
Una avenida con amplio bulevar nos lleva a una plazuela que luce en mitad la estatua, monumento en bronce, que la ciudad dedica al zapatero remendón, personaje popular en la historia de Almansa.
Estamos en la Plaza de Santa María; para nuestro uso el centro de la ciudad por diversas razones. Una fuente surtidor huérfana de agua hay instalada en el centro. Los tres monumentos más representativos de la ciudad los tenemos a mano; los tres se dominan desde este lugar en corto espacio, a saber: la Iglesia de la Asunción, el Palacio de los Condes de Cirat, y el Castillo Templario como fondo, rompiendo el azul de la mañana al final de una calle corta.
De la Iglesia de la Asunción, cerrada en aquel momento, sólo hemos podido ver la torre barroca, altísima, construida a base de ladrillo con caprichosas formas, y la magnífica portada renacentista bajo un gran arco. La portada consta de dos cuerpos. Más imperfecto el superior que el que tenemos al pie. En cada uno de los cuerpos nos interesan las dos parejas de columnas que lo adornan y sostienen; las dos parejas de orden distinto: dóricas las primeras, y jónicas las del cuerpo superior que guardan en mitad un altorrelieve con la escena de la Asunción de la Virgen bajo una gran venera.
Otra portada impresionante se ve a muy escasa distancia exponiendo sus relieves y sus ricas formas al sol en la misma plaza. Se trata del Palacio de los Condes de Cirat, más conocido en Almansa por la Casa Grande. También consta de dos cuerpos su fachada manierista; el primero, de cargado barroco al gusto de los palacios italianos, entorna la puerta de madera oscura con poderosa clavetería; el segundo, muestra como motivo principal un enorme escudo de piedra en relieve, con niños tenantes que lo sostienen y dos figuras de mayor tamaño, hombre y mujer, de traza y ropaje mitológicos.
El verdadero contenido histórico de la ciudad se concentra, hecho piedra noble, en su castillo roquero. Iberos, árabes, romanos, caballero de la Orden del Temple, el infante don Juan Manuel, el marqués de Villena, son nombres que aparecen escritos en los anales cuando se trata del castillo de Almansa; fortaleza señero hoy en toda la comarca y principal emblema de la ciudad, que a principios del pasado siglo se pensó en volar sus ruinas antes que mantenerlas en pie, pero que, al final, triunfó el sentido común ante el dilema y se optó por su restauración, en 1919 primero, y en 1952 después, sobre la estructura definitiva que en la segunda mitad del siglo XV le dio el marqués de Villena, y que es la misma que ahora deja ver en la distancia señalando el centro mismo de la llanura de Almansa.
Una vez que el movimiento pendular de los tiempos nos ha unido en lo administrativo a tierras tan distantes, haciéndonos participar de las ventajas y de los posibles inconvenientes que conlleva la vida autónoma -sobre todo por lo que supone la distancia, que bien se refleja en la diversidad de caracteres personales y en los matices culturales de cada comarca-, bueno es reconocer que "ancha es Castilla", que también en aquella franja, la más meridional de las tierras de la Meseta, el espíritu castellano se airea con profusión en incontables fortalezas que sirven de remate a tantos cerrucos y oterillos, a veces solita­rios, de la gran llanura manchega. Alguien dijo que la verdadera "tierra de castillos" era la Mancha, y a fe que en buena parte no le faltaba razón: Almansa, Chinchilla de Monteara­gón, Alcalá del Júcar, Alhambra, Bolaños de Calatrava, Montiel, Calatrava la Nueva, Garcimu­ñoz, Belmonte, Alarcón, Consuegra, y un etcétera larguísimo lo confirman. Fortalezas todas ellas, por otra parte, que siguen siendo testimonio de la apretada Historia de Castilla.

(Guadalajara, 2007)

1 comentario:

  1. El Castillo de Almansa no es de origen Templario; es de origen Almohade. Fue Jaime I quien lo cedió a la Orden del Temple.

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