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lunes, 10 de mayo de 2010

EN LA CIUDAD ROMANA DE SEGÓBRIGA


De todas las tierras de la Meseta Peninsular es en la provincia de Cuenca donde se encuentran más abundantes vestigios de la civilización romana. Son tres (Valeria, Ercávica y Segóbriga) las ciudades romanas de esta provincia, donde se está trabajando para sacar a la luz lo que todavía queda escondido bajo la tierra en cada una de ellas, que debe ser mucho. Son varias las ocasiones en las que he pasado por Segóbriga durante los últimos veinte años. El trabajo llevado a cabo por los arqueólogos se hace notar de una a otra visita, y de un tiempo a hoy son muchos los visitantes que a diario se pasean por entre sus ruinas, digamos que de manera reglada, bajo un mínimo de control, y después de pasar por el Centro de Interpretación y de haber satisfecho la cantidad establecida (los jubilados lo hacen gratis).
La visita a Segóbriga es ante todo una importante lección de historia, de sociología y de arte antiguo, teniendo delante de los ojos -y pisando sobre la misma tierra que ellos pisaron- el poso que dejaron varias de las civilizaciones ya desaparecidas, especialmente por cuanto se refiere a las culturas celtíbera y romana, de las cuales, y sobre todo de la última de ellas, Segóbriga es una libro abierto en el que ver y aprender como en ningún otro.
Pienso que no se exagera en el folleto explicativo que dan a quienes visitan Segóbriga, cuando dice que “es una de las ciudades romanas mejor conservadas del occidente del Imperio Romano y el más importante conjunto arqueológico de la Meseta”. Es mucho lo que hay que saber y mucho lo que ver allí, aun contando con que es tan sólo una pequeña parte de los restos de la ciudad lo que hay al descubierto.
Se cree que antes de la romanización de la comarca, Segóbriga debió ser un castro celtíbero y después un “oppidum” o ciudad. Un siglo antes de Cristo pudo haber sido la capital de una buena parte del centro de la Hispania romana, pues así fue considerada por Plinio como Cabeza de la Celtiberia. En tiempos del emperador Augusto, la “oppidum” celtíbera fue convertida en “municipium”, es decir, en población de ciudadanos romanos; momento aquel en el que comenzó a producirse el verdadero auge la nueva ciudad, favorecido, además, por ser cruce de comunicaciones con otras ciudades del Imperio: ello traería de inmediato la construcción de importantes monumentos, y que vendría a concluir a finales del siglo I d.C., época en la que gozó de mayor desarrollo, y, por tato, también de un mayor prestigio entre las ciudades romanas.
Ya bien metidos en el siglo IV comienza la decadencia económica de la ciudad, y con ello también su importancia. No obstante, queda constancia documental de que en el siglo V fue una de las principales ciudades visigodas, y de que sus obispos asistieron a las distintas sesiones de los concilios de Toledo. De este tiempo quedan aún en Segóbriga los restos de una basílica visigoda, y varios enterramientos situados a cierta distancia de la que se pudiera considerar como la ciudad propiamente dicha.
Con la invasión musulmana la ciudad quedó prácticamente abandonada; pues tanto sus obispos, como las gentes más poderosas y distinguidas que vivían en ella, huyeron a territorios cristianos situados más al norte; y tras la reconquista de la zona los pocos habitantes que todavía quedaban ella se marcharon a la actual Saelices, a sólo unos minutos de camino a pie, de manera que la vieja Segóbriga quedaría abandonada y condenada a verse convertida en ruinas a partir de entonces. Su estudio comenzaría a interesar ya bien entrados en el siglo XX, y con ello el quehacer de los arqueólogos hasta el día de hoy.

Desde el Centro de Interpretación hasta lo que queda de los monumentos más importantes que tuvo en su tiempo la ciudad, hay una distancia que el visitante ha de recorrer a pie. A lo largo de ese trayecto nos encontraremos con algunos enterramientos junto al camino, y a poca distancia de él -siempre extramuros de lo que fue la ciudad- con la basílica visigoda. Más adelante nos hallaremos enseguida junto a los dos monumentos más importantes, que a su vez son los que se conservan en mejor estado: el anfiteatro o circo y el teatro; en ambos prevalecen ciertos detalles que nos facilitan reconstruir en la imaginación sin demasiado esfuerzo, las fiestas y los grandes acontecimientos sociales de la urbe en sus momentos de mayor esplendor.
El anfiteatro y el teatro están a escasa distancia, uno y otro a ambos lados de la entrada a la ciudad. El anfiteatro pudo ser el mayor de los monumentos que tuvo Segóbriga; su capacidad era suficiente para acoger a más de cinco mil espectadores sentados en las gradas cómodamente. Para mayor seguridad, las gradas comenzaban por encima de un alto podium; y al pie, el pasillo y las estancias donde se alojaban las fieras preparadas para el espectáculo. No hay que olvidar que su auge coincidió con todo el furor de las persecuciones contra los primeros cristianos.
El teatro era de menor capacidad que el anfiteatro, pero sí el edificio más destacable de la ciudad. Se construyó probablemente a mitad del siglo primero y fue inaugurado en tiempo de los emperadores Tito o Vespasiano. El graderío del teatro aparece dividido en tres partes bien diferenciadas, separadas por pasillos corredores que permitían distinguir las diferentes clases sociales de los espectadores. El espacio dedicado a escena debió de ser enorme, y estaba adornado con columnas y esculturas de mármol, de las que algunas han ido apareciendo en las excavaciones.
En tiempos del emperador Augusto se construyeron unas termas anejas al teatro y dedicadas a su propio servicio. Según los estudiosos, las termas del teatro de Segóbriga estaban inspiradas en los famosos gimnasios griegos. Se conserva la que fue sala donde cambiarse de ropa, con sus taquillas colocadas en línea; una sauna seca de forma circular, y otra sauna más con su correspondiente piscina.
La muralla que rodeaba la ciudad, el foro, la enorme basílica civil construida en el siglo primero antes de Cristo, el templo mandado levantar bajo el imperio de Vespasiano, las segundas grandes termas, y algunos restos más correspondientes a otras culturas como la musulmana, van quedando al descubierto en esta ciudad romana que, cuando menos, como se dijo al principio de esta exposición, merece una visita.

(En la fotografía se muestra un aspecto del anfiteatro en la actualidad)

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