miércoles, 1 de febrero de 2012

PÓLVORA, CRUZ Y MEDIA LUNA - VALVERDE DE JÚCAR


            Vaya usted a saber cuál es su origen. Suposiciones, todas las que se quieran, pero sin base documental alguna en la que apoyarse respecto al año en que las dos compañías (moros y cristianos) salieron a la calle por primera vez. No obstante, es lo cierto que no muy lejos de nosotros el ciclo anual se abre con una de las fiestas más coloristas y estruendosas que uno pueda imaginar. Hablamos de Valverde de Júcar, una antigua villa situada en la margen izquierda del río -ahora pantano de Alarcón- sobre la línea divisoria de la Baja Serranía y de la Manchuela Conquense.
            Quien esto escribe lo hace con un poco de rubor, dejando patente su propia culpa, pues, siendo natural de aquellas tierras y habiendo vivido en ellas tanto tiempo, ha sido la presente edición, la del mítico año 2000, la primera en su vida que se ha perdido por allí en fechas tan señaladas y con un significado tan íntimo, no sólo para los valverdeños, sino por extensión para todas las gentes de la comarca.
            ¿Se imaginan ustedes doscientos trabucos disparando a la vez al mismo grito de ¡fuego!? Es una experiencia hermosa de vivir en la mañana de cada 8 de enero, a lo largo de las tres horas que dura el festejo matinal y que los nativos conocen como el "Día del Santo Niño", eje central de la fiesta, que comenzó el día 4 con la Misa ofrecida por la Compañía de Cristiano, y terminará el día 10 con una comida de hermandad.
            Sólo sé de la fiesta de Moros y Cristianos de Valverde de Júcar lo que vi allí hace unas semanas. Alguien en el pueblo me habló veladamente de su institución por uno de los señores de Valverde a raíz de las guerras contra los moros de Granada. Si ello fuera cierto, el acontecimiento festivo lo arrastra la tradición desde la última década del siglo XV. Como producto de un simple comentario, así lo expongo. Los "dichos" -larguí­simo relato de motivos encontrados entre los dos capitanes, el moro y el cristiano, desde lo alto de sus caballos a la vista de ambas Compañías- son estrofas con un inequívoco aire román­tico, como sacadas de la hábil pluma de don José Zorrilla, maestro en estas artes, o de alguno de sus imitadores contem­poráneos, pero muy en la línea de la lírica castellana de a mediados del siglo XIX, con algunos retoques posteriores bastante notorios. «Refrena esa lengua impía/ o yo sabré ¡vive Dios!/ formular entre los dos/ una nueva cortesía.» La redon­dilla, una de las casi trescientas que componen los "dichos" ¿No te parece, amigo lector, arrancada con todo cuidado del drama de Don Juan?


            A media mañana se reunen en la Plaza Mayor los componen­tes de ambas compañías, vestidos con trajes guerreros de época y preparados cada uno con sus respectivos trabucos. Los gene­rales ostentan el bastón de mando, y los generales de Dichos se presentan montados a caballo.
            Sale de la iglesia la procesión, con la imagen del Santo Niño en andas que va cubierto con el gorro de caballero cris­tia­no. En la plaza aneja se produce el primer encuentro entre los guerreros de las dos compañías. La imagen del Niño, segui­da de autoridades y público queda en mitad. Los generales de dichos desde el lomo de sus caballos se increpan con largas peroratas, se desafían con razones de fe y se declaran la guerra. Los disparos al aire por uno y otro bando son inconta­bles. El suelo retumba. Al público, que sigue la escena con tapones de algodón en los oídos, se le aconseja no ponerse cerca de las paredes para evitar accidentes por algún posible desprendimiento. Gana la primera batalla la compañía mora. A la imagen del Santo Niño le quitan el gorro con el que salió de la iglesia y le ponen un turbante musulmán hecho a su medida. Los moros se lo llevan en andas hacia otra plazuela en el barrio alto donde se produce el segundo encuentro. Todo es allí muy similar al primer enfrenta­miento; tal vez más fuerte la lucha dialéctica entre los capitanes de los dos bandos. En esta ocasión son los cristianos quienes salen vencedores tras el estruendo de la pólvora. Quitan a la imagen el turbante musulmán y le colocan de nuevo el suyo.
            En la Plaza Mayor, junto a la puerta de la iglesia, se da el tercer encuentro con todos los efectivos, cristianos y moros, situados en riguroso orden alrededor de la plaza. Aquí se produce el arrepentimiento del general de los moros con toda su escuadra, que se manifiesta en un centenar de versos encendidos de renuncia a su fe y de abrazo sin condiciones a todo el credo de la religión cristiana: Para que veas que nada/ me arredra en mi nuevo amor/ y que soy merecedor del Sacramento que pido,/me ofrezco reconocido/ a tu divino Crea­dor... Concluye el tercer encuentro con el abrazo estrecho entre los dos generales de Dichos y los disparos correspon­dientes, mientras que la imagen del Santo Niño, acompañada por los componentes de las dos compañías, pasa al interior de la iglesia donde tendrá lugar el acto litúrgico de la Misa solem­ne, compartida.
            Acabada la ceremonia religiosa, llegará en la Plaza Mayor lo que los festeros conocen por "descarga general". Por espa­cio de una hora los disparos son incesantes. Se corre la bandera de los cristianos y la enseña de la media luna, que de un lado y otro celebran sus correligionarios haciendo sonar los trabucos al mismo tiempo. El Presidente de ambas compa­ñías, cuyo cargo a perpetuidad ostenta el párroco, invita a fumar un puro a los cuatro generales. Se gritan los "vivas" de rigor en honor de sus Majestades los Reyes de España, del Obispo de la Diócesis, del presidente de la Diputación, de todos los hijos del pueblo presentes o ausentes, de los foras­teros que aquel año les honran con su presencia, y todo con­cluye con la descarga general. Los trabucos de unos y de otros se disparan al mismo tiempo, y en varias ocasiones, siguiendo la orden que desde el centro de la plaza les manda el general cristiano.
            Minutos después, valverdeños y forasteros se reunen en un edificio público para probar el "moje del Santo Niño" y a beber en jarras de barro, siempre con la debida consideración, del rico vino de la tierra que costea el Ayuntamiento.

            En cifras, la fiesta anual de Moros y Cristianos en la villa conquense, anda en torno a los cuatrocientos varones inscritos en cada compañía, de los que suelen participar con el debido ropaje aproximadamente la mitad. La pólvora que se gasta durante los cinco días que dura la fiesta, supera los dos mil kilos de un año para otro, mientras que la población de hecho se duplica por aquellas fechas, es decir, que los mil quinientos habitantes con los que cuenta el pueblo se tornan en tres mil en pleno mes de enero.